Desde que somos niños tenemos una cierta necesidad
de pensar en el futuro, tomando como atalaya el presente, pero siempre en pos
de un porvenir que esperamos que sea risueño, cálido y lleno de éxitos.
Pensamos, cuando somos infantes, en triunfos de todo tipo, incluyendo los
económicos, aunque éstos ahora se noten menos.
La infancia se rodea de sueños, que son básicos para
salir adelante por el aporte que suponen desde el punto de vista de la ilusión
que nos generan. Pensar que somos hábiles y capaces ayuda a conseguir ciertos
logros.
Tener fe en lo que realizamos es la base para salir
adelante. Los sueños nos dan oportunidades, nos regalan salud, nos aportan
soluciones, nos brindan entretenimientos, nos permiten abundar en lides
positivas, nos aportan cuestiones bondadosas, amistad, brillo, serenidad…
“Los sueños”, nos decía
Calderón de la Barca, “sueños son”, pero, a menudo, son mucho más. Nos
trasladan a lugares que podremos visitar, nos señalan ideas que podemos seguir,
nos indican coyunturas que podemos utilizar de base para salir indemnes, nos
generan unas dinámicas y unas energías muy potentes para desarrollar planes de
actuación, nos proporcionan futuro, pues nos hacen superar polarizaciones,
controversias y actitudes frustrantes.
Además, los sueños se producen mientras dormimos, obviamente,
y, mientras lo hacemos, nos relajamos, nos preparamos para el día siguiente, y
generamos “serotonina”, que es un sustento químico estupendo para actuar con
buen humor y con menos padecimiento. Mantener los sueños es óptimo porque nos
invita a contemplar lo que ha de venir pensando en paralelo que todo será
estupendo. Asimismo, nos trasladan a universos queridos que precisamos de
manera auténtica.
El consejo, por lo tanto, es tener tiempo para los
sueños, para soñar, y para dormir con esas elucubraciones reparadoras que nos
hacen tanta falta para vivir. Parece lógico que nos hemos de dar horas, días,
pues, para el descanso, para existir de verdad, para entroncar con la
Naturaleza, para avanzar espiritual y anímicamente.
Tener sueños nos da opciones para nivelar el estrés,
para rebajarlo, para poder contabilizar unas fechas suficientes tras las cuales
mirar con perspectiva lo que está sucediendo. Poner trechos en mitad de las
crisis personales y colectivas puede ser positivo para que los progresos se
produzcan con los consiguientes análisis. Aprendamos.
Todo
es posible
Cambiemos, cada vez que podamos, los ciclos
existenciales, y demos tregua a nuestras vidas con sueños, unos sueños que nos
deben decir por dónde debemos marchar sabiendo antes, eso sí, por dónde
queremos ir. Es bueno, para conocer la salida a nuestros problemas, que
sepamos, como Alicia en su País de las Maravillas, hacia dónde pensamos
dirigirnos.
Los sueños nos hacen realidad aquello que es
posible. Hay un mensaje publicitario que lo repite, pero lo interesante es que
lo creamos. Embellezcamos, por ende, lo que somos con pensamientos y
sentimientos de calibre soñador. Nos hemos de embriagar con ellos. Figuremos,
en consecuencia, como protagonistas principales o secundarios, lo que pueda
ser, y continuemos por las sendas de la felicidad en todas sus formas. Soñar es
vivir, y vivir con sueños es síntoma de felicidad. Para ello no hacen falta
instrucciones. Tan solo tenemos que ser nosotros mismos. Y también debemos
tener mucha fe.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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