lunes, 3 de diciembre de 2012

La ducha caliente y el calor del hogar



            Saboreo en el comienzo del día una ducha caliente, en estas jornadas de intenso frío en regiones como Murcia, lo que me hace, en paralelo, pensar en el frío que estarán pasando en otras latitudes. Recojo por unos minutos el calor de un agua sanadora, y me acuerdo de la intensidad de la vida cuando ésta ofrece opciones, pero es evidente que no todo el mundo las tiene.

            Termino la ducha, y miro mi entorno: “hogar, dulce hogar”. Uno no necesita mucho para ser feliz, pero precisa de un mínimo para que no le falte la dicha. Parece evidente que hemos de exponernos al recodo del deseo constante para sentirnos vivos, mas, al tiempo, hemos de procurar que los anhelos se desarrollen y se hagan realidad para todos.

            En los tiempos de crisis en los que estamos hemos de pensar y laborar para que las oportunidades no se cierren a cal y canto y se ceben en y con los que menos tienen, para que ese aroma de hogar que les comento, de agua caliente, de ciertos caprichos, no se queden en unas bandejas vacías para muchas personas en riesgo real de exclusión o que ya lo están.

            Nos hallamos en un momento de tránsito, de mutación del sistema, de cambio y de recambio a la vez, y, en esa puesta en cuestión de todo, se están produciendo altibajos que afectan a seres humanos como nosotros, y, como nosotros, tienen derecho a la dignidad y a un entusiasmo, así como a unos compromisos de avances y de certezas sinceras.

            La agonía de la inseguridad, de la carencia, de los pronósticos que no afinan bien, de las indiferencias, las que vienen de encuentros y desencuentros, de nostalgias y pérdidas, de impresiones que dan hasta pavor, junto con circunstancias que no podemos controlar y que nos afligen, suponen un sistema de deudas y de demoras que nos rompen en mil pedazos sin que sepamos lo que podemos hacer. Aunque parezca que no, sí que podemos y debemos actuar.

            Nos ha de quedar, pese a todo, esa vertiente manifiesta de amor al prójimo como a nosotros mismos para que no fracasemos en la solidaridad que es condición para salir de una y de mil crisis. Estimemos a los demás como a nosotros mismos, según rezan evangelios y religiones. Esta máxima es algo más que palabras. Necesitamos hechos para que el mundo progrese sin dilación.

No demos la espalda a la realidad

            No podemos vivir de espaldas a la realidad de miles de personas, de millones, que no tienen lo mínimo para saborear el gozo de estar vivos. La existencia es un conjunto de cuestiones sencillas. Sin ellas, la vida no ostenta el sentido que en verdad hemos de darle, que hemos de darnos. La empatía, particularmente, consiste en regalarnos esa oportunidad para que la dicha alcance las cotas más señeras y básicas para todos y cada uno de nosotros.

            La ducha diaria, el sabor del hogar, son dos regalos que hemos de percibir en sus nada complejas esencias (a veces no los vemos como tales), pero, asimismo, hemos de procurar que sean dones que nos rocen a todos, si no por igual, sí dentro de unos parámetros mínimos. El bienestar lo es aún más si nos toca en sociedad, pues, en ese conglomerado de sentidos y de sentimientos, somos mucho más fuertes. La vida en la que nos vemos inmersos ha olvidado un poco esos paños frescos o calientes, según precisemos, que hemos de tener dispuestos para que el mundo, en su Naturaleza, funcione. El favor que les pido es que no los olvidemos: no perdamos la memoria de a quiénes faltan. Por favor.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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