Saboreo en el comienzo del día una
ducha caliente, en estas jornadas de intenso frío en regiones como Murcia, lo
que me hace, en paralelo, pensar en el frío que estarán pasando en otras
latitudes. Recojo por unos minutos el calor de un agua sanadora, y me acuerdo
de la intensidad de la vida cuando ésta ofrece opciones, pero es evidente que
no todo el mundo las tiene.
Termino la ducha, y miro mi entorno:
“hogar, dulce hogar”. Uno no necesita mucho para ser feliz, pero precisa de un
mínimo para que no le falte la dicha. Parece evidente que hemos de exponernos
al recodo del deseo constante para sentirnos vivos, mas, al tiempo, hemos de
procurar que los anhelos se desarrollen y se hagan realidad para todos.
En los tiempos de crisis en los que
estamos hemos de pensar y laborar para que las oportunidades no se cierren a
cal y canto y se ceben en y con los que menos tienen, para que ese aroma de
hogar que les comento, de agua caliente, de ciertos caprichos, no se queden en
unas bandejas vacías para muchas personas en riesgo real de exclusión o que ya
lo están.
Nos hallamos en un momento de
tránsito, de mutación del sistema, de cambio y de recambio a la vez, y, en esa
puesta en cuestión de todo, se están produciendo altibajos que afectan a seres
humanos como nosotros, y, como nosotros, tienen derecho a la dignidad y a un
entusiasmo, así como a unos compromisos de avances y de certezas sinceras.
La agonía de la inseguridad, de la
carencia, de los pronósticos que no afinan bien, de las indiferencias, las que
vienen de encuentros y desencuentros, de nostalgias y pérdidas, de impresiones
que dan hasta pavor, junto con circunstancias que no podemos controlar y que
nos afligen, suponen un sistema de deudas y de demoras que nos rompen en mil
pedazos sin que sepamos lo que podemos hacer. Aunque parezca que no, sí que
podemos y debemos actuar.
Nos ha de quedar, pese a todo, esa
vertiente manifiesta de amor al prójimo como a nosotros mismos para que no
fracasemos en la solidaridad que es condición para salir de una y de mil
crisis. Estimemos a los demás como a nosotros mismos, según rezan evangelios y
religiones. Esta máxima es algo más que palabras. Necesitamos hechos para que
el mundo progrese sin dilación.
No demos la espalda a la realidad
No podemos vivir de espaldas a la
realidad de miles de personas, de millones, que no tienen lo mínimo para
saborear el gozo de estar vivos. La existencia es un conjunto de cuestiones
sencillas. Sin ellas, la vida no ostenta el sentido que en verdad hemos de
darle, que hemos de darnos. La empatía, particularmente, consiste en regalarnos
esa oportunidad para que la dicha alcance las cotas más señeras y básicas para
todos y cada uno de nosotros.
La ducha diaria, el sabor del hogar,
son dos regalos que hemos de percibir en sus nada complejas esencias (a veces
no los vemos como tales), pero, asimismo, hemos de procurar que sean dones que
nos rocen a todos, si no por igual, sí dentro de unos parámetros mínimos. El
bienestar lo es aún más si nos toca en sociedad, pues, en ese conglomerado de
sentidos y de sentimientos, somos mucho más fuertes. La vida en la que nos
vemos inmersos ha olvidado un poco esos paños frescos o calientes, según
precisemos, que hemos de tener dispuestos para que el mundo, en su Naturaleza, funcione.
El favor que les pido es que no los olvidemos: no perdamos la memoria de a
quiénes faltan. Por favor.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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