Habla el albero,
el valor transformado tras años de creencia en lo humano, y también en la
Naturaleza, que se encuentran en el mismo plano. Tocamos la perfección.
Nos vivimos en
el silencio que nos propone continuar por unas sendas maravillosas que nos
aclaran los conceptos esenciales. El espíritu, crítico a menudo, nos envuelve
con su manto de ilusiones. Es virtual, pero funciona.
Tendremos que
admirarnos en otro espacio, sin cronologías, avanzando y aventurando una verdad
que tropieza sin números, pero sí con causas posibles e imposibles que nos
otorgarán beneficios sin dudas. Hemos vuelto. El retorno no es un mito, aunque
se rodee de lo inefable.
No hay
circunloquios. Nos aclaramos con los resortes del destino, que nos pone a
prueba. Ganaremos porque no nos dejaremos amilanar. Nos pondremos en guardia
relativa, sin agobios. No importa que haya opciones de dolor. El luto será
sustituido por una versión unánime de los consejos buenos.
Hallamos nuevas
interrogaciones a los baluartes de la existencia. Eso nos hace sentirnos,
sabernos, relacionarnos, gozarnos en un escenario de peticiones y de
planteamientos de renovadas locuras que nos colocarán en el punto de la entrega
no fortuita.
Parlamentamos.
Mirándonos en un grado de cierto silencio, en él, desde él, nos interpretamos
en un arte que nos entronca con millones de misiones que se resumen en una
polivalente: nos referimos a la conjunción de coraje, de fuerza, de humildad,
de querencia y de pasión. Es todo, es nada. Sí, después de esta tarde en el
albero, aparece lo completo y su contrario, como la historia misma, en un puro
e idílico ciclo.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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