Un niño contempla al año unas 9.000 horas de imágenes con un contenido claro y pernicioso de violencia. Algunos informativos emblemáticos de la televisión contienen hasta un tercio de noticias basadas o relacionadas con datos o hechos definidos por la violencia. Es solo una muestra del modelo televisivo vigente, al que se suman el resto de medios de de comunicación de no tanto impacto anímico y cuantitativo.
Por otro lado, no solo cabe hablar de la violencia: hay que referirse, asimismo, a contenidos poco adecuados para las audiencias que potencial y realmente consumen algunas informaciones poco recomendables. Me refiero concretamente a las imágenes relacionadas con el sexo o con actuaciones poco éticas, que también aparecen en las franjas de mayor consumo en busca de la rentabilidad de unos contenidos que, a menudo, poco tienen que ver con esa función de servicio público que todas las empresas periodísticas deberían tener (por ley, la tienen).
Encender la televisión es ver suicidios, controversias, gentes vociferando, imágenes agresivas, guerras, pandemias, modelos económicos en puro conflicto, desarrollos desorbitados, consumos estruendosos, motivaciones desequilibradas, opulencias en contraste con marginalidades, etc. Hay todo un compendio de informaciones que, sin su debido contexto, llegan a hacer daño, y, desde luego, pocas veces se entienden.
Las prisas, las búsquedas de mayores audiencias y el deseo de llegar los primeros con los impactos visuales y/o noticiosos más fuertes producen distorsiones. Decía MacLuhan que el medio es el mensaje. Creemos que ahora es así más que nunca, más que cuando se enunció este aserto.
Como quiera que la precipitación y la competencia atroz nos conducen a una realidad profesional y empresarial, en el mundo periodístico, que necesita un análisis y puede que alguna revisión, nos planteamos unas jornadas sobre Comunicación y Ética: En busca de los derechos de la sociedad. La idea es abundar en todo esto, en más cuestiones controvertidas y comprometidas, y, sobre todo, llegar a algún tipo de conclusiones que nos sirvan a todos: a los profesionales, a las empresas, y, más que nada, a la misma sociedad, auténtica beneficiaria y perjudicada por una labor bien o mal hecha, según se trate, en referencia a los desarrollos comunicativos vigentes.
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