En la vida hay muy pocas cosas esenciales. Lo ideal es que nos esforcemos en verlas, en interpretarlas, en sacarles un cierto rendimiento. La rueda de la fortuna nos toca con resortes impredecibles. Lo cierto es que, cuando llegan, los hemos de conservar como sea. Pondré el ejemplo de hoy. Os cuento. Mis amigos pintan con sus colores especiales, y me dicen cómo conciben la comunicación más íntima y cercana. Mis convecinos me ilustran con sus dibujos más amorosos, con sus exponentes de voluntades inequívocas y eternas. Son ellos, son así, y por eso me gustan tanto. Mis amigos no me fallan. Tengo mucha suerte de que se muestren transparentes, como a ellos les gusta ser.
Nos comprendemos con sus verdes esperanzas, con sus grises azulados, con sus rojos despampanantes, con sus amarillos resplandecientes, con sus lilas que espabilan, con sus morados de pasiones increíbles, con sus rosados ardientes, con sus blancos de perfecciones a medias, con sus oscuros brillantes, con sus marrones de inteligencias emocionales, con sus mezclas que nos hacen compenetrados sin más.
Tengo la fortuna de aprender de sus comunicaciones, de sus convencimientos, de esas relatividades que nos fuerzan a regresar a lo más bonito, que ahí está para lo que sea menester. Nos confundimos a propósito para jugar a ser todos de todos, un poco de todos, todo cuanto podemos. La interacción es la base de una amistad que crece como la levadura en el horno. La sal la ponemos cada día, y también esos dulces que nos animan a seguir tras las horas del desayuno. Nos implicamos con muestras de dichas que convertimos en aspirantes sempiternas.
Nos brindamos ocasiones de perpetuar unos sentimientos que confluyen en puntos intermedios en busca de la virtud de seguir siendo amigos. Nos hemos convertido en una gran familia. Damos las gracias por ello. Las felicitaciones nos han de llegar por conductos que haremos reglamentarios. Nos hemos aprovechado mucho, y más que nos queda. Además, todos aportamos más gentes a este grupo que se incrementa como las estrellas en el firmamento, que nos canta con sus susurros naturales.
Los escuchamos con esa especie de comunión que portamos dentro. Nos hemos topado con oportunidades que, en ese conjunto que hemos configurado, no desaprovechamos. Hemos agarrado fuerte el destino que nos ha puesto juntos, y juntos saldremos adelante. Nos hemos de ayudar. Ése es el ejemplo comunicativo por el que hemos de apostar.
Cuando nos vemos, e incluso cuando no tenemos esa opción, somos conscientes de que estamos conectados por las mismas raíces, por los mismos valores, por unos intangibles que dotan de sentido hasta al propio silencio. Sonreímos, y sabemos que estamos en paz con la Naturaleza de las cosas, que, de algún modo, nos ha unido para ser, si no más, sí mejores. Complace: tanta suerte complace. Por ese gran motivo hemos de mimarnos, hemos de cuidarnos todo lo posible. Si no abonamos el campo del azar, puede que no lo tengamos mañana. No cabe que lo echemos de menos. No renunciemos sin la dedicación suficiente.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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1 comentario:
Precioso artículo Juan T.
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