En
un instante, justo en un instante, la vida se marcha. Te dice que hasta ahí
puedes llegar, y ni un milímetro más. Así es la existencia humana, así de
frágil, así de efímera, así de maldita desde el mismo momento en el que
nacemos. Todo es fungible, pasajero, todo está pendiente de la derrota en forma
de conclusión de esa vitalidad que, por enérgica, nos parece que nunca se
acabará, pero sí que finaliza, y siempre, sea como fuere, de la forma más
inesperada.
Sucede
lo que sucede. Nos vemos fuertes en este mundo de prisas y de competencias para
ser los bólidos en un universo cargado de conquistas, pero no olvidemos que la
fama es transitoria. Todo parece indicar que, pasado el tiempo, ésta importa lo
que importa: muy poco. Jugamos con las cifras, con el conocimiento, con los
triunfos, con las aquiescencias, con una riada de audiencias, de seguidores, de
gentes que nos ríen las gracias incluso cuando éstas no son tales.
Somos
ríos en la mar, que dijo el poeta, somos sendas, pasos, en el desierto, que,
con el nuevo día, desaparecen por obra del viento caprichoso. No hay gloria,
creo. Lo que sí hay, lo que sí quedan son las acciones buenas, que son las que
hemos de propiciar.
El
ser humano vive, vivimos, en una perpetua contradicción. Nos comportamos como
si fuéramos a estar en este planeta eternamente: no sabemos vivir. No
concebimos la idea de la muerte como una referencia señera, para luego no tener
que afrontarla con las manos vacías. A menudo interpretamos logros como tener
cosas materiales, pero éstas no entran en unas manos inertes. Lo que sí nos
podemos llevar son las vibraciones y los afectos de aquellos a los que
quisimos, de aquellos que nos amaron. El esfuerzo ha de ser el educarnos en
este análisis.
No
es fácil el discurrir diario, porque las circunstancias nos hacen ser lo que
somos, y no siempre vienen con fuerzas favorables, y, cuando lo son,
seguramente no las observamos de esa guisa. Por un segundo, cuando la vela de
alguien conocido se apaga lo vemos claramente, nos damos cuenta del sentido
existencial, pero únicamente por un tiempo corto. Luego olvidamos.
Es
la contradicción que escuchamos en una extraordinaria película, en “Legión”.
Dice Gabriel que cuando vino a la Tierra se dio cuenta de lo vulnerables que
eran los seres humanos. Advirtió pronto sus defectos, pero no pudo evitar, pese
a todo, enamorarse de ellos, de la raza humana. Somos así: puro encontronazo de
pareceres y de ideas. Nos hacemos de querer aún poniendo dificultades.
La
existencia es fungible, nos huye. Lo hace en este momento en el que
escribimos/leemos este texto. La distancia de esta realidad que señalamos nos
otorga dicha y cordura, pero a veces también la insensatez de perder lo más
valioso: el tiempo y la salud. No es bueno que eso ocurra. No es lógico que lo
permitamos.
Aprendamos
del día a día, sobre todo cuando la existencia nos oferta segundas
oportunidades. Dejemos, pues, las navegaciones complicadas y vayamos rumbo a lo
positivo, que puede estar en ayudar y en ser ayudados, en esperar con quienes
no aguardan ya nada y siguen siendo felices, en otorgar un respiro a quien no
puede aguantar ni un punto más, pero lo hace. Seamos más pacientes, más
tolerantes, más comprensivos, más didácticos en todos los sentidos con los
demás, y hasta con nosotros mismos. Aprendamos esa lección que siempre tenemos
ahí pendiente, justo enfrente, en el espejo del alma. Tan pronto lo hagamos
viviremos, no más tiempo, pero sí mejor. Bastante mejor.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
1 comentario:
Bravooooooooooooo, bravo, bravo.
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