Hay días
en los que aflora el contento, y no sabes el porqué. Lo conveniente en estos
casos es no preguntar por si se rompe el hechizo, pero lo cierto es que a veces
nos cuestionamos el origen de la dicha, y de todo ocurre a continuación de esa
pregunta.
No es el caso que nos ocupa. Me siento dichoso tras leer un
poemario exquisito, lleno de complicidades, de densas ambigüedades que me
trasladan a años mozos y a otros que no lo son tanto. Me refiero al último
trabajo poético de Mariángeles Ibernón Valero. Es pura magia. Evoca, en esta
labor literaria, por acción y omisión, significadas situaciones que defienden
el amor como base de futuro, que lo tiene, que es.
"69 Huellas Eróticas" es el título, que ya
entraña unos condicionantes que no son tales, pues se cimenta en la libertad y
en el tacto, en el doble sentido incluso, en cada verso, en cada palabra.
Aparecen el reino del deseo, puertas que se abren y se
cierran, bebidas de pasión, suspiros, y mucho más: la piel, los labios, la
carne, el roce, el aliento, la porosidad de cuerpos amatorios, susurros,
huellas, gozos, hierbas, planos no contenidos, frescura, gemidos,
estremecimientos... son algunas de las sugerentes palabras o expresiones con
las que nos engatusa de principio a fin de esta obra, inmediatamente inmersa en
el interior del que la lee.
No sé si el número adecuado es el que se expresa, el 69,
también presto a invitaciones voluntariosas y sinceras. Sea como fuere es una
cifra adecuada de eventos, de coyunturas, de perfiles, de sueños con los que la
realidad es menos cruda. Se elucubran experiencias que dejan el mejor aroma, la
más suave percepción indefinida, con perfumes de caricias perfectas.
Por cierto, que la maquetación, el orden los poemas y hasta
la presentación gráfica, de Salvador Reales Muñoz, son excelentes. Y la
invitación a leer también es antológica: "Sumérgete en los sentidos de mi
cuerpo desnudo", nos dice la autora. Les puedo asegurar que no nos
defraudará.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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