No deja de ser paradójico que hablemos de desarrollo
y no sepamos dónde colocar cada año los 40.000 millones de toneladas de basura que
lanzamos a la Tierra y/o a la atmósfera. Hablamos de civilización, y cada año
se triplica el número de especies animales o florales que desaparecen para
siempre, tras miles de años de historia. Rompemos el ritmo, el equilibrio y la
armonía de la Naturaleza porque somos inclementes con ella. Pensamos que
podemos controlar lo que sucede, y no es así. Nosotros formamos parte de ese
medio ambiente (debemos recordarlo), y en él repercuten esos abusos, los
nuestros.
Somos vendedores de humo, consumidores en loca
carrera hacia la destrucción y en manos de desalmados industriales que usan y
abusan sin pudor alguno. Los dichosos poderes de las sociedades, unas y otras,
asumen su impotencia y su ineficacia, y no son capaces de defender el interés
general, debido a su carácter cicatero, pusilánime y materialista. Desespera
ver lo que acontece.
Somos seres inteligentes y no se nos escapa la
existencia de privación, de hambre, de marginación y de miseria. La carestía y
la guerra campean por doquier y atenazan a cuatro quintas partes del mundo
conocido. Es cierto que estamos, por una relativa fortuna, en el lado bueno, en
el del bienestar, en el del bien y buen vivir, en el del despilfarro de todo
género, con una desproporción del gasto superior a lo que puede asimilar la
Madre Natura.
Millones de seres humanos sobreviven con lo mínimo,
con lo puesto, con menos, o no sobreviven... No hay más que ver la inseguridad
y la desesperación de la mayoría de los países del orbe. Las oligarquías
económicas, sociales y políticas, o todas ellas a la vez, roban y esclavizan al
resto de los conciudadanos. De vez en cuando ocurren inclemencias, terremotos,
ciclones, huracanes, volcanes... Ante el dolor de las imágenes que recorren
medio mundo, cabe que nos preguntemos por qué siempre sufren los más pobres, y,
fundamentalmente, por qué padecen más y más en una espiral imparable.
El subdesarrollo es la consecuencia de un modelo
financiero que produce hambre, dolor y exclusión. Llamemos, por favor, a las
cosas por su nombre. Nos estamos ahogando. Esta situación es insostenible. No
es posible pensar en el futuro, si no estamos todos juntos. Es preciso arbitrar
fórmulas para afrontar la calamidad de la injusticia. No olvidemos que no hay
paz sin llegar a lo equilibrado, sin que cada uno tenga lo suyo, en la
proporción que sea, pero lo suyo, lo mínimo, lo esencial.
Toleramos
mucho
Es suicida la actitud que mantenemos y/o toleramos.
La confianza en el ser humano ha de ser una premisa, un pilar básico. Asimismo,
la fe ha de ir acompañada de gestos, de actuaciones, de determinaciones para
seguir adelante con voluntad de cambio, y con la transformación también. Lo
interesante, lo urgente y lo conveniente es sumar y no restar, es vivir y dejar
vivir, es cohabitar con arrojo y devoción y con el deseo de superar los
desastres y las catástrofes. La fuerza de los humanos viene de su sabiduría para
vivir en comunidad.
Si perdemos ese instinto, no seremos nada, no
quedaremos; y todos los esfuerzos históricos habrán sido inútiles. Vamos camino
del puro suicidio, pero, no lo olvidemos, siempre hay una posibilidad de
salvarnos.
Juan
Tomás Frutos.
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