Uno le da, a
veces, demasiadas vueltas, tanto a lo bueno como a lo malo. Bueno, puede que a
esto último más. La experiencia, aderezada de pasión, nos debe mover a la
mejora. Por eso estoy convencido de que hasta lo pésimo tiene el suficiente
valor añadido para transformarnos positivamente.
Con la edad
aprendemos que las cosas, de un margen y de otro de la vida, son como son. No
podemos, ni debemos, evitarlas. Ante todo hemos de desarrollar nuestra historia
personal sin complejos, sin miedos, mirando hacia delante. No busquemos la
perfección, que no se alcanza ni por casualidad, en la que no creo.
Lo deseable es
que miremos el comienzo de cada jornada como lo que es, único, y,
paralelamente, genuino, con sus cosechas abundantes o escasas, con sus
resultados dispares, con lo que nos ofrezca. Cada hora es excepcional, aunque
la contemplemos como una rutina. Quizá la fortuna nos venga, o nos deba venir,
de la regla de la doble motivación, de la múltiple comprobación a través de
personas que, con su bondad y su generosidad, desde su amor incluso, nos
demuestren que estamos vivos y con posibilidades y capacidades para la dicha.
Tener a
alguien al lado que nos diga que somos, que estamos, que podemos, que nos
definimos, que nos alegramos, que nos disponemos, que nos aclaramos, que
aprendemos, que nos comprendemos… constata que el día es auténtico. Decía Ferdinand
de Saussure, a su modo, que somos en relación a los demás. En consecuencia, si
tienes, si tenemos, a alguien que nos resalte que el día es auténtico gritemos
bien alto con ella, o con él, que lo es. Es nuestra verdad, que nos hará más
felices, sobre todo porque no hay bienestar más elevado que amar y ser amado.
Seguro. El día es auténtico. Pregunten en el entorno si lo es. Ya me dirán.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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