La vida es un estado de ánimo. El
enfoque de las circunstancias existenciales definen muy mucho los resultados
que debemos asumir. Unos días estamos mejor, otros peor, en ocasiones no
aparecemos, y en otras andamos buscando lo que ni siquiera sabemos o interpretamos. Lo importante es seguir, demostrar que
estamos en ese dinamismo que explica algunos sentidos y sentimientos. Hemos de
cavilar con cierta recurrencia sobre lo que hacemos y demostrarnos que sabemos
estar en el universo en el tono y en la forma. La coherencia por estos lares se
tercia obligada.
Como máxima (puede que hasta como
consejo), debemos cuajar cada jornada con la suficiente entrega para que la
faena sea loable, y no inhóspita. Hemos de buscar los frutos de la cosecha
cotidiana sin tropiezos abruptos, sin luchas dislocadas y ofuscadas. Debemos
abordar con naturalidad las condiciones y condicionantes de lo que nos sucede.
Sabemos, porque es verdad, que
estamos bien cuando decidimos estarlo. El creer, el poner la voluntad es la mitad
del camino, que nos diría El Quijote, contribuye a una maravillosa meta. Incluso
en trances complicados la postura que sostengamos ayuda o entorpece para salir
adelante o retroceder, esto es, para mejorar o empeorar, según los casos. El
ojo del cristal determina la perspectiva y, asimismo, los posibles beneficios.
Somos las circunstancias que
interiorizamos, que nos acompañan, que nos definen con la misma actitud que
desarrollamos o dejamos estancada. Las peculiaridades se muestran en todo
cuanto realizamos. Las huellas son el itinerario, recordando a Machado, pero
sin más pretensiones, como nos evocaba con su magistral hacer el poeta andaluz.
Hemos de inmiscuirnos, por lo tanto, en las razones que nos liberan, en las que
nos abocan a unos sentimientos que nos permiten resolver controversias, dudas o
conflictos.
Estados hay para todos los gustos:
los experimentamos, o debemos, con intensidad, y de todos ellos aprendemos
desde la fe en lo que ha de venir o surgir. Es bueno que, sin prisa y sin
pausa, les demos fuerza y nos hagamos a imagen y semejanza de lo equilibrado y
embriagadoramente sensible, intentando que la estampa conseguida sea la de la
felicidad, la propia y la de los demás. En nuestro devenir hay confianza,
cercanía, intereses, pro-actividad, distingos, pasatiempos, regresos, olvidos,
reformas, voluntades, entendimientos y aprendizajes, traslados, creencias…
Definen capacidades y exponen señales de virtudes distinguibles, que hemos de
fomentar.
Mirar con esperanza
La postura es fundamental, como lo
es la cara que le ponemos a cuanto nos acontece. Lo es siempre. Es normal. La
serenidad, la convicción, la esperanza, el mirar al mañana con entusiasmo, nos
sana y nos salva. Podemos hacer mucho desde una vocación positiva de nuestro
interior. Por ende, busquemos y demos con los matices que nos pueden permitir
mantenernos en el punto donde la visión es óptima y, en consecuencia, también
lo son sus derivaciones.
El mejor modo de afrontar la
historia es pensar que nos irá bien. Incluso lo que no se produce como queremos
puede que sea, en el medio o largo plazo, para una ingente dicha. Es cuestión
de tener tranquilidad y prudencia en las apreciaciones, de ser tolerantes con
nosotros mismos y con los demás, de tener firmeza en lo que ha de venir. Como
pueden comprobar, todas esas miradas o contemplaciones vitales son consecuencia
de un estado de ánimo preliminar. No olvidemos que lo que se planta se recoge.
Y tanto.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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