Comienza el día con una constelación de dolor, de ése experimentado como intenso y que es difícil dejar atrás. Me puede. Ha muerto Michael Jackson, que se ha ido emparejado al cielo de los inmortales con otra señora querida desde mi más tierna infancia, Farrah Fawcett. Dos bellezas complejas en lo interior y en lo exterior, con abundancia de talento, de inteligencia, de voluntad y de trabajo, eso sí, todo ello aderezado de controversia, de amores infernales y de polémicas varias y variadas.
Estoy convencido de que la música de los últimos 35 años no se podría entender sin Michael, como los años 70 en nuestro país no se comprenderían sin aludir a ese fenómeno que fueron “Los Ángeles de Charlie”, con Farrah a la cabeza. Son muchas las imágenes que se adueñan de mi mente y de mi corazón, mientras caigo en la cuenta, una vez más, de la fugacidad de la vida, de esos ríos que dan a la mar, en palabras del poeta.
Ha sido un año duro. Muchos se han ido de mi entorno, y todos han dejado una huella imborrable. Con el paso del tiempo sabes de lo efímera de la existencia, y adviertes cómo ésta transcurre a pasos agigantados. Es terrible. Hay posos de felicidad que quedan en el subconsciente, que se perciben en el ambiente, pero, de vez en cuando, digo, un jarro de agua fría nos congela las entrañas.
Y ahora se han ido dos grandes, dos grandes de verdad en la escena, en el cine, en la música, como artistas... Sin embargo, uno, Michael, será recordado por muchos como el negro que quería ser blanco. La otra se verá como la estrella de los años 70 quizá ahora en su ocaso.
Yo prefiero recordarles como esos puros sentimientos que supusieron, y aún suponen, para mí, para ese niño que todavía viaja conmigo. Fueron, y son, guías en un mundo de sueños que tanto necesitamos cuando las prisas afloran. Siempre hemos precisado hados, y ahora las cosas no han cambiado en ese sentido. Los miro con mucha nostalgia, al tiempo que me acuerdo de aquella canción, casi de despedida también, de Freddie Mercury, que decía que, pese a todo, el espectáculo debe continuar (“Show must go on”).
Ha bajado el telón para estos dos fantásticos artistas. Yo los recordaré riendo, interpretando, bailando y cantando, haciendo esos guiños tan especiales con los que se hicieron famosos. La mirada de uno y la sonrisa de la otra siguen siendo referentes para mí. Y continuarán siéndolo. El espectáculo avanza. Después de llorarlos, les haremos el sentido y merecido homenaje de mantenerlos vivos en el recuerdo.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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