Un nuevo curso escolar se pone en
marcha. Es verdad que la crisis lo preside todo, pero eso no quita que uno
quiera tener ilusiones en esos niños y niñas que inician su andadura por el
sistema educativo, que es tanto como decir por su existencia en sociedad, sobre
todo en los primeros estadios. Van a conocer materias de toda clase, con
idiomas incluidos, que irán aprendiendo poco a poco, pero sin pausa, pues la
competencia de hoy en día nos hace obligatorio el conocimiento, más que nunca, para
salir adelante.
Miras sus caras, y ves las tuyas
(las que tuvimos cada uno de los que ya estamos lejos de aquella situación).
Hay ilusión, entusiasmo, ingenuidad, ganas de adentrarse en un nuevo universo
de ideas y de sensaciones… Todo el mundo está presto para ser conocido, y los
infantes están dispuestos a no dejarse ni un hueco. Es el comienzo del curso.
Hay propósitos, puede que más en los padres, de ir avanzando por el aprendizaje
equilibrado.
Los libros ya están dispuestos.
También el material escolar (este año un poco más caro), y hasta encontramos un
ligero propósito de entrenamiento para no comenzar las clases un poco
paralizados por la inercia de todo un largo verano. Los niños que se inician
por primera vez tienen una aureola especial. Llevan semanas contemplando el
futuro colegio, y hasta se imaginan a profesores y profesoras en el afán de
adelantar lo que solo la vida les irá contando. Ya irán viendo que no por mucho
madrugar amanece más temprano, aunque es lógica el ansia por descubrir situaciones
y personas flamantes.
Se abre la puerta, pues, de un
período tan repetido como nuevo, en el que podemos mirar hacia delante en un
mundo ignoto a punto de ser descubierto, sobre todo por aquellos para los que
verdaderamente es un universo recién estrenado. Todo está por ocurrir, por
realizarse, y todo está sujeto al beneficio de una duda que deseamos que nos
imprima el mejor de los caracteres.
Miro las mochilas cargadas de
conocimiento por exprimir, de utensilios por disfrutar, de lápices con los que
escribir, de libretas que rellenar, y experimento el gozo por empatía con los
que ahora empiezan en estas lides educativas en las que, precisamente por
aprender, te sientes tan fuerte como libre, aunque en esa etapa no siempre
sepas definir lo que experimentas.
La personalidad de cada cual, en el
comienzo del curso, en su incursión en el mundo académico, ya empieza a
vislumbrarse: encontramos infantes lanzados, tímidos, tranquilos, hiperactivos,
nerviosos, habladores, callados… Todos tienen sus peculiaridades, y todas son
buenas, si somos capaces como sociedad de pulir las mejores.
El mundo está abierto, y, en el caso
de los más pequeños, todo pende de ellos, todo está a lo que ellos decidan y
sean capaces, con la ayuda y la experiencia de quienes pasamos antes por ese
trance. Es encantador el poder contribuir a la educación de los que empiezan.
Miro a la calle, y esta mañana ya la
veo un poco más bulliciosa de lo que ha sido habitual en los últimos meses. Un
nuevo curso escolar está en sus albores. Para muchos, en los que me fijo hoy,
es su primer curso académico. Les quedan años por delante. Espero que así sea y
que sean capaces de superar los obstáculos de todo aquello que en estos
primeros días no les mostramos. Quizá porque en los primeros días no es bueno
que les mostremos que no aprendimos, los mayores, todo lo que deberíamos. Por
eso el mundo está como está. No obstante, vamos a mantener la máxima
comunicativa, y más con nuestros más pequeños, de empezar en positivo, con
ilusión, con mucha ilusión.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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