Me
cuenta mi padre que, cuando él era joven, cuando alguien te decía una cosa era
lo que era, si quería volverte a mirar a la cara. Me añade que, cuando alguien
te daba la mano, aquello se convertía en un acuerdo que se mantenía contra
viento y marea. Por eso mi padre no entiende por qué se puede ser, se es,
cínico, o cómo te pueden engañar por las buenas, o cómo se puede vivir en la
mentira permanente intentando convertir en verdad una realidad fingida. No lo
entiende mi padre, y tampoco lo entiendo yo.
Uno
de los valores más importantes que tiene el ser humano es su credibilidad, la
cual se traduce en multitud de conceptos más, como son el respeto, la
admiración, la buena fe, la mejor intención, la fama, la integridad, la
suficiencia, el liderazgo, la camaradería, la loable actitud, etc.
Uno
de los problemas más relevantes que padece la sociedad hoy en día es,
precisamente, el descrédito de algunos de los sectores que deberían ser, porque
lo son, el sostén en muchos órdenes. Si no hay confianza, no hay futuro, y más
en este momento de tránsito y de crisis en el que nos hallamos. No vale que
dejemos pasar el tiempo con hastío y desidia, con indolencia. Hemos de poder
opinar y actuar, y lo lógico es que esas posturas pro-activas nos lleven a unas
conclusiones óptimas.
Cada
día tenemos oportunidades de recuperar tiempos y espacios, amigos y enemigos,
de protegernos de los que no merecen la pena, y de volver a intentar nuestras
relaciones con los que se equivocan, pues también nosotros erramos. Hemos de aplicarnos,
desde la voluntad más firme, a cuanto sea menester en positivo, a luchar por
los bienes societarios, por los que menos tienen, por la verdad, por la bondad,
por los aires de una juventud eterna que no sólo tenga que ver con los años, sino
con la capacidad de reactivar y de regenerar ideas desde la prudencia, la
tolerancia y el riesgo también.
Movamos,
por lo tanto, los corazones y los argumentos, y dejemos a un lado el cansancio.
Todos juntos podemos, pero no saturándonos con actuaciones repetidas de
desconcierto, de desánimo y de profunda desconfianza, sino intentando que lo
bueno, lo óptimo, se ubique en nuestras vidas de una manera sosegada y calmada.
Tener
tiempo para nosotros
Hemos
de disponer de las suficientes horas para los amigos, para la familia, para los
que tenemos necesidad de conocer, a veces incluso sin saberlo. ¿No nos ha
pasado, más de una vez, y más de dos, que un buen día hacemos un alto por
cualquier evento, y luego agradecemos el haber sacado tiempo de donde parecía que
no lo había? Hagamos que ese tipo de excepciones se conviertan en norma, y no
aceptemos esas dinámicas de progresivas pugnas, de inculpaciones gratuitas o de
insultos o rupturas apoyadas en las diferencias de criterio o de afanes (éstas
últimas son las peores). No juguemos a medias verdades y no ofendamos por
ofender, pues no olvidemos que, aun ganando la partida que pretendamos,
perdemos lo más valioso: nuestras almas y nuestra credibilidad.
El
mundo, sencillo en esencia, se ha convertido en demasiado complejo. Lo hemos
hecho así, unos más que otros, claro. Lo importante es que siempre estamos a
tiempo de rectificar en lo individual y en lo colectivo. La pedagogía
construida sólidamente es la base para un futuro propio y de nuestros hijos.
Tengamos presente la responsabilidad que albergamos en este sentido. La
credibilidad es un parte fundamental de todo ese proceso de defensa y/o de
recuperación. Con ella podemos pensar y construir desde el presente un futuro
cargado de autenticidad y de propuestas que puede que tengan sus riesgos, pero
que podrán ser abordadas desde los perfiles genuinos con los que las dotamos.
Creer ayuda, creer
salva. Tener credibilidad nos otorga una superación de obstáculos ante los
intereses más variopintos. Aun siendo un valor intangible, es crucial,
excepcional, extraordinario. Con la credibilidad, todo es posible. Sin ella,
todo es más difícil.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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