domingo, 17 de febrero de 2013

El espectáculo


        Hemos convertido la vida actual, al menos en el primer mundo (por extensión, a los demás), en un constante espectáculo donde el ritmo trepidante a veces, casi siempre, nos impide un cierto margen de reflexión sobre lo que está sucediendo. “Las prisas son malas consejeras”, reza el tradicional aserto.

        El conflicto, los enfrentamientos, los engaños, las carencias, las caídas, las violencias en sus diversas formas, aparecen como testimonios y protagonistas destacados en los diarios, en las emisiones de radio, y también en las de televisión, a menudo las de mayor calado e influencia social.

        La controversia ciudadana, las señales de escasez, y los golpes de la existencia y de su mundanal ruido nos atrapan con sus devenires y circunstancias a modo de algo inevitable. Entramos, así, en rutinas que nos quitan el sosiego y nos introducen en una espiral de dolor, de pena, de miedo y quizá de más cosas que no logramos ni controlar.

        Los que deberían salvaguardar nuestras vidas nos adelantan el paso, y todo parece que se rompe en el camino, como esas frágiles escaleras que separan montículos en las selvas de nuestras adolescencias. Es increíble el grado de conflictividad que nos estamos “regalando”, por decirlo de algún modo.

        La tormenta imperfecta se sucede en los informativos audiovisuales, y apenas quedan momentos, noticias, para el sosiego, la reflexión y/o la ilusión. Falta dinero por doquier, falta trabajo, nos faltan al respecto y a la dignidad que deberíamos, cuando menos, tener.  Los modelos de pugna nos deshacen las almas y vemos lamentaciones que son reales porque las condiciones actuales son de gran esterilidad. La pregunta es: ¿cómo hemos llegado a esta coyuntura?

Superemos las distancias

        La vida se ha convertido en un espectáculo donde la supervivencia es una cuestión recurrente, y eso acaba siendo demasiado agobiante, así como un factor de gran negatividad dispuesto a atrofiarnos. La saturación informativa produce desinformación. Por ahí andamos: no me gusta nada, pues nos estamos distanciando con medias verdades, que pueden ser las peores mentiras. Superemos lo que nos ocurre.

        La incredulidad y la impotencia a la hora de tomar medidas efectivas parecen ser dos impresiones que se resumen en una: la historia cotidiana nos supera. El espectáculo de desidia y con ciertas dosis de infamia nos ha ganado la partida, lo cual tiene nombres y apellidos. A veces creo que esa caída en barrena inevitable es, precisamente, la impresión que alguien nos quiere dar, o que nos queremos otorgar como sociedad, en una perspectiva absolutamente destructiva de un panorama que, en verdad, es complicado y difícil.

        No obstante,  pese a todo, aunque esta etapa sea desoladora, hemos de seguir. En palabras del recordado Freddie Mercury, y parafraseando la terminología aquí empleada, el espectáculo, el bueno, el de la vida, debe continuar.  Lo importante es que el coste no prosiga elevándose, que todos estemos en una piña para que no se queden franjas sociales descolgadas, con el fin de que superemos, como en los más lindos episodios históricos, todos esos avatares juntos y con niveles adecuados de humanidad y de bondad, de modo que la felicidad sea un bien compartido. No lo puedo concebir de otra manera. Así, pues, si ha de desarrollarse un espectáculo que sea el de la solidaridad y el amor, aunque suene a tópico. De él se desprenderán los más jugosos resultados.

Juan TOMÁS FRUTOS.

No hay comentarios: