domingo, 1 de diciembre de 2013

Naturaleza

No es fácil definir en el día a día, en lo cotidiano, la naturaleza en la que nos movemos, pues son muchas las acepciones que podemos darle a este término, en el sentido de filosofía, de interioridad, de bases o principios, de elementos principales o  en relación subsidiaria al propio ecosistema en el que nos involucramos, que nos complace, distingue o desespera con requerimientos variados. Como percibimos, la comprensión puede ser dispar.

Nos destacaba Oscar Wilde, que sabía mucho de lo humano, que “ser natural es una pose demasiado difícil”. Nos oprimen, como nos subrayamos, las referencias sociales e históricas: esperamos lo mancomunadamente correcto, nos implicamos desde la negociación o la autocensura, actuamos en espacios ignotos que nos hacen relativizar todo y aguardar… En definitiva, tratamos de tantear antes de dejarnos conocer, para que no haya equívocos o apreciaciones erróneas en nuestro territorio, aunque a veces las hay (demasiadas quizás). Mi pregunta es: ¿somos tan peculiares para ponerlo todo tan difícil en las negociaciones, transacciones y relaciones humanas? Pues parece que sí. Reparemos en los resultados.

            El mundo, me reitera un amigo de honda espiritualidad, se ha vuelto muy complicado, incluso en lo más nimio, según me añade. Es verdad. Todo precisa mediaciones, explicaciones, contextualizaciones varias con el fin de llegar al mejor de los puertos, que nos ha de alimentar, debería, de bellezas internas y externas hasta alcanzar la resolución más interesante. Como consecuencia de ello, nos ralentizamos excesivamente. El tramo hasta la felicidad no está exento de avatares y de obstáculos, de caídas, de errores interpretativos, de disputas incluso, lo cual frena mucho el ritmo, el análisis, el consenso, puesto que cada cual, y es normal, tiene su esencia y su manera de vislumbrar el cosmos.

            La naturaleza humana es aparentemente descriptible. Somos materia, con un alto componente de agua, e interiormente nos constituimos en mente, corazón y espíritu, con las traslaciones que fuera menester realizar a propósito de esas partes. Esto, sin duda, es tan solo una semblanza. Acontece que la misma combinación, o la misma supuestamente, desemboca en resultados muy diferentes, y eso genera conflictos y miradas que no se traducen, por desgracia, en pactos sobre lo que habría de ser la estampa intrínseca de las cosas. Solemos repetir que confundimos lo importante, que mezclamos lo que nos conviene coyunturalmente.

            Cada naturaleza es una, sí, pero también hemos de tener en cuenta, a efectos de aprendizaje, que está en relación a los demás, y eso exige cohabitación y respeto. Tener empatía con los otros, con cuanto hacen, con las reglas en las que nos desarrollamos, es la base para seguir adelante, para vivir, para mejorar y abundar en los fines óptimos. Hemos de ponernos siempre en el lugar del convecino.

Buscar las esencias

            Como algo habitual, sería conveniente tomarnos unos minutos, con constancia y seguimiento, con coraje, con honor igualmente, para dar con el alma propia y la de los acompañantes, en la convicción de que podemos deleitarnos con los pronósticos, con la tarea realizada y con las ilusiones propias y ajenas. Cuajemos, por lo tanto, la mejor faena. Tenemos como indispensable baluarte para ello el lenguaje, el idioma, nuestra capacidad de hablar. Nos subrayaba Aristóteles que “la naturaleza no hace nada en vano, y, entre los animales, el hombre es el único que posee la palabra”. Toca pues usarla y comunicarnos, y hacerlo siempre para bien y fermento social. El silencio nunca es rentable, y menos en situaciones de crisis como la actual.

Lo primero que deberíamos proteger es la naturaleza en la que nos hallamos, nuestro medio ambiente, lo que somos en el contexto real, que debe ser preservado para las generaciones venideras. Enganchar con nuestra organización es un cimiento crucial para el porvenir por el que hemos de pugnar. Debemos laborar por una salubridad total, global. Víctor Hugo, que no siempre veía el lado amable de las historias humanas, resaltaba que “produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras que el género humano no escucha”.  De nuevo, aludimos a la naturaleza en el doble sentido, esto es, su origen y el entorno. Intentemos atender lo que nos glosa.

El deseo de la sociedad ha de ser, lo es, que vayamos descifrando cuanto tenemos alrededor para poder actuar de manera conveniente. Debemos buscar las claves, hallarlas, y protegerlas, siendo éstas en la apuesta colectiva. Según Galileo Galilei, "el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático." Para él parecía sencillo. Para el común de los mortales no lo es tanto. Procuremos darle la vuelta a esta óptica. Es necesario.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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