domingo, 17 de agosto de 2014

Formatos

La vida es, pese a sus contradicciones y aspectos extraños, muy sencilla. Lo que ocurre es que le damos muchas vueltas a situaciones simples, cotidianas en muchos casos, buscando ruedas que igual ni existen, esto es, complicamos las cuestiones y los eventos diarios, relevantes o no, más allá de lo razonable. Acontece en muchas ocasiones.

En realidad, todo depende de los formatos en y con los que nos involucramos. Es una teoría con la que me muevo en los últimos tiempos, y percibo que se cumple más de lo que meditamos. Así, podemos coincidir en que lo que es asumible a una edad no lo es en otra, lo que gusta en una etapa desagrada en otros estadios, y lo que en unas geografías es defendible en otras despierta oposiciones. Incluso nosotros, en nuestro día a día, nos introducimos en la discordia perenne con puntos de vista dispares, excesivamente antagónicos. Es como si no quisiéramos evitarlo.

En los medios de comunicación, que son un reflejo de la sociedad de cada era, nos enfrentamos a que los mismos episodios, según los empaquetamos, tienen más o menos seguimiento y/o aceptación. Hasta tal punto es de esta guisa que hemos decidido envolver casi todo desde el nivel comunicativo del corazón, como para asegurar audiencias (que luego, por la fragmentación, no son tan altas), llegando a saturaciones y excesos incluso en soportes sagrados, o que lo eran, como los informativos, que nos hacen perder credibilidad y hasta verosimilitud a borbotones.

El formato o soporte, como aquí lo utilizamos, se puede paragonar al contexto del que nos hablan los expertos en comunicación. Las circunstancias, las características, los acontecimientos reiterativos que nos permiten ponderar o explicar lo que hacemos, lo que reseñamos, lo que hablamos, sus intenciones, incluyendo gestos, interpretaciones de distancias o cercanías, amén de otros componentes históricos, territoriales, intelectuales y de conocimiento en general son ejes fundamentales para saber cuáles son los sesgos, las intenciones y los alcances de las palabras expresadas. Esto es tan así que desde pequeños nos enseñan a que cuando escuchamos algo preguntemos cuándo se dijo, con qué tono, quiénes fueron los protagonistas en diversos aspectos, e incluso que añadamos al mensajero o interlocutor la indagación sobre cuál es su apreciación al respecto.

Los recursos median

Los créditos respecto de los mensajes son cruciales para darles una consideración de verdad o no. Los medios empleados, los instrumentos que intermedian también tienen sus magnitudes, y son igualmente básicos para saber qué es lo que pretenden con sus noticias o comunicaciones parciales o totales. Nos recordaba McLuhan que los recursos intervienen en lo que glosamos hasta tal punto que varían los resultados según los que empleemos.

Al parecer, esto se nos ha olvidado. El mundo de precipitaciones y de tecnologías rápidas que hemos desarrollado no permite muchos márgenes, y así nos va. Esperamos que todos al mismo tiempo, en sociedad, atiendan lo mismo con idénticos vocablos, y eso es, en sí, una utopía, incluso podríamos decir que una perversión. Ni siquiera habría de ser lo deseable en una Democracia. La libertad de opinión tropieza con este análisis.

Además, los mensajes no siempre son lineales ni en su exposición ni en su interpretación. Por eso, los que se suponen ingenieros de la comunicación han de empaquetar bien lo que anhelan destacar. A veces ocurre que no saben, lo cual no es excusa. En otros supuestos no les importa, que aún es peor. En el fondo y en la forma precisamos una pedagogía por y para los medios, como nos reiteraba el recientemente desaparecido Vicente Romano.

Igual convendría que, entre celeridad y otros perfiles raudos, tuviéramos un poco de tiempo para leer a este pensador y a otros tantos. Y, por favor, no pensemos únicamente en ideologías. El problema es mucho más extenso.


Juan TOMÁS FRUTOS. 

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