La vida es,
pese a sus contradicciones y aspectos extraños, muy sencilla. Lo que ocurre es
que le damos muchas vueltas a situaciones simples, cotidianas en muchos casos,
buscando ruedas que igual ni existen, esto es, complicamos las cuestiones y los
eventos diarios, relevantes o no, más allá de lo razonable. Acontece en muchas
ocasiones.
En realidad,
todo depende de los formatos en y con los que nos involucramos. Es una teoría
con la que me muevo en los últimos tiempos, y percibo que se cumple más de lo
que meditamos. Así, podemos coincidir en que lo que es asumible a una edad no
lo es en otra, lo que gusta en una etapa desagrada en otros estadios, y lo que
en unas geografías es defendible en otras despierta oposiciones. Incluso
nosotros, en nuestro día a día, nos introducimos en la discordia perenne con
puntos de vista dispares, excesivamente antagónicos. Es como si no quisiéramos
evitarlo.
En los medios
de comunicación, que son un reflejo de la sociedad de cada era, nos enfrentamos
a que los mismos episodios, según los empaquetamos, tienen más o menos
seguimiento y/o aceptación. Hasta tal punto es de esta guisa que hemos decidido
envolver casi todo desde el nivel comunicativo del corazón, como para asegurar
audiencias (que luego, por la fragmentación, no son tan altas), llegando a
saturaciones y excesos incluso en soportes sagrados, o que lo eran, como los
informativos, que nos hacen perder credibilidad y hasta verosimilitud a
borbotones.
El formato o
soporte, como aquí lo utilizamos, se puede paragonar al contexto del que nos
hablan los expertos en comunicación. Las circunstancias, las características,
los acontecimientos reiterativos que nos permiten ponderar o explicar lo que
hacemos, lo que reseñamos, lo que hablamos, sus intenciones, incluyendo gestos,
interpretaciones de distancias o cercanías, amén de otros componentes
históricos, territoriales, intelectuales y de conocimiento en general son ejes
fundamentales para saber cuáles son los sesgos, las intenciones y los alcances
de las palabras expresadas. Esto es tan así que desde pequeños nos enseñan a
que cuando escuchamos algo preguntemos cuándo se dijo, con qué tono, quiénes
fueron los protagonistas en diversos aspectos, e incluso que añadamos al
mensajero o interlocutor la indagación sobre cuál es su apreciación al
respecto.
Los recursos median
Los créditos
respecto de los mensajes son cruciales para darles una consideración de verdad
o no. Los medios empleados, los instrumentos que intermedian también tienen sus
magnitudes, y son igualmente básicos para saber qué es lo que pretenden con sus
noticias o comunicaciones parciales o totales. Nos recordaba McLuhan que los
recursos intervienen en lo que glosamos hasta tal punto que varían los
resultados según los que empleemos.
Al parecer, esto
se nos ha olvidado. El mundo de precipitaciones y de tecnologías rápidas que
hemos desarrollado no permite muchos márgenes, y así nos va. Esperamos que
todos al mismo tiempo, en sociedad, atiendan lo mismo con idénticos vocablos, y
eso es, en sí, una utopía, incluso podríamos decir que una perversión. Ni
siquiera habría de ser lo deseable en una Democracia. La libertad de opinión
tropieza con este análisis.
Además, los mensajes
no siempre son lineales ni en su exposición ni en su interpretación. Por eso, los
que se suponen ingenieros de la comunicación han de empaquetar bien lo que
anhelan destacar. A veces ocurre que no saben, lo cual no es excusa. En otros
supuestos no les importa, que aún es peor. En el fondo y en la forma precisamos
una pedagogía por y para los medios, como nos reiteraba el recientemente
desaparecido Vicente Romano.
Igual
convendría que, entre celeridad y otros perfiles raudos, tuviéramos un poco de
tiempo para leer a este pensador y a otros tantos. Y, por favor, no pensemos
únicamente en ideologías. El problema es mucho más extenso.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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