Transcurre la vida
deprisa, con demasiada celeridad. Un día de ésos en los que vamos por la
autovía camino de todas partes y de ninguna, observamos un intenso humo en el
entorno. Pensamos en un fuego, y lo es. Sale de un tanatorio. Alguien se va
como llegó, siendo aire, cenizas al viento, como rezaba la canción.
Por un
instante advertimos la fragilidad de la existencia, lo efímera de ésta, y
seguramente hasta nos decimos que hemos de cambiar de hábitos una vez acabemos
lo que llevamos entre manos, sea importante o no, que seguramente no será tan
esencial como nos expresamos por el comportamiento de ese escueto instante.
¡Parecemos tan
fuertes!, y, en el fondo, y en la forma, por dentro y por fuera, somos más
débiles de lo que creemos y/o aparentamos ser. No hace falta nada más que una
circunstancia vital que nos sobrevenga y todo gira hasta el punto de marearnos
y trastocarlo todo. El universo tiene un sinfín de verdades, y todas relativas,
como para agarrarnos a una sola como si fuera la férrea estructura que nos
mantiene. Todo está en el aire, como ese humo percibido.
En todo caso,
si algo nos iguala y nos fortalece es el amor, el no estar solos, el sentirnos
útiles y con dinamismo en relación a los demás, lo tengamos en cuenta o no. ¡Todo
es tan nimio! Precisamente el sentimiento de cariño nos sostiene en la locura
de crisis permanentes en las que estamos: son cuestionamientos de edad, de
identidad, de geografía, de nacionalidades, de sexos, de poderes, de planes, de
cargos, de ideas, de compañeros de viaje, de versiones con las que crecer… Todo
da vueltas sin cesar, sin parar, y, cuando se detiene, malo… Queda el humo en
la nada, y, con ella, el vacío, salvo que hayamos hecho los deberes, que
hayamos dejado un buen testigo, que nos quieran, que nos recuerden, que sigan
nuestros ejemplos, y/o que nos mejoren.
No hay mejor
herencia que las actitudes de bondad, de ilusión y de entrega que hayamos
manejado y perpetuado a través de los que nos siguen. Nadie se enamora de los
ladrillos y de las propiedades, y quien así se postula acaba en penumbra. Nadie
recuerda las escrituras de territorios y edificios, que, aunque parezcan
tangibles, son igualmente humo.
El mundo se ha
transformado en demasiado interesado. Puede que siempre haya sido de esta
guisa. El dinero y sus dividendos lo presiden todo. Hasta se interpreta si es
rentable un tratamiento para nuestra salud. La relación coste-beneficio es un
binomio que duele, que nos rompe, que nos va aniquilando, mientras el sistema,
esto es, la suma de todos nosotros, indaga sobre su porvenir en forma de
cifras, de porcentajes, de parámetros. Parece obvia esta realidad, pero, sin
duda, no lo es.
La esencia, el amor
El elemento esencial
ha de ser el fuego del amor, y no el de la extinción: ¡ambos están tan cerca
cuando llega el momento de la verdad! Hay demasiadas contradicciones en las programaciones
a corto, medio y largo plazo. Buscamos ganar y ganar, y en esa quiniela
hallamos más arruinados que millonarios. Lo reseñamos en sentido objetivo, pero
también desde el sesgo de lo intangible, en plano de lo espiritual. El ser
humano, como se suele repetir, debería ser la medida de la Ley, que ha de
fraguarse para su felicidad. Ésa es la meta. Por desgracia, no se concibe
siempre con esta óptica.
Al parecer, no
lo tenemos muy claro. Pensamos en el dinero antes que en salvar vidas.
Meditamos sobre pronósticos de juegos de guerras antes que en la paz, que
siempre es el camino. No hay otro. Hay guerras de sobra (no debería haber
ninguna), un exceso de hambrunas, de muertes por enfermedades evitables, y una
locura de conflictos cuando las soluciones están a la vuelta de la esquina, o
incluso delante de nuestros propios ojos.
No sé. Todo
debería ser legible, pero puede que no sea tan sencillo. Es posible que incluso
nos encontremos, a título personal, en la máxima equivocación. Sea como fuere,
mientras esto digo, una religiosa, dedicada a la vida y a luchar contra la
muerte de cientos, de miles de personas, queda sola delante de la Parca porque
le faltaba un papel que dijera que era ciudadana de la Tierra. En su pasaporte
ponía nigeriana. ¿Acaso alguien de nosotros tiene una nacionalidad mejor? Puede
que con la edad cada vez entienda menos eventos de los que suceden. Seguramente
el humo al que me dirijo ya me enturbia la visión.
Juan TOMÁS FRUTOS.
1 comentario:
Desaparecerá, no te preocupes.
Un abrazo¡
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