Hay personas que se
empeñan en controlar y en estar pendientes de lo que hacen los demás. Prefieren
ocupar su escueto tiempo en esa actitud. En ocasiones, hasta los imitan, en
otras los dicen ignorar sin hacerlo, y en ciertas oportunidades los tratan de
neutralizar con más o menos fuerza o capacidad. Experimentan el desasosiego de
existir en otras historias sin ser ellos mismos. Emular desde la diestra
intención puede ser loable o plausible. Incluso hay quien mejora al seguido
como ejemplo, que en este caso debe sentirse orgulloso de servir de impulso
para otras ideas o actuaciones. Ocurre, en otros episodios, que sufrimos malos
remedos del original que sólo indican que la envidia o el odio invade los
comportamientos de indeterminados seres, que ambas posibilidades se gestan.
Como
quiera que la actitud ha de ser positiva a cada paso, preferimos quedarnos con
los soberbios imitadores, con los que buscan la parte más interesante y
relevante y la multiplican viendo auténticos sistemas cotidianos. También los
hay que sonríen prolífica y prodigiosamente en cuanto afrontan una actitud
jovial.
Lo
ideal, según creemos, sería imitar a los que luchan por un mundo mejor, sin
obsesiones, buscando equilibrios que remarquen amores y deseos realizados. Los hay
que sirven a los que menos tienen, a los que padecen carencias o
discapacidades, a los que se quedaron atrás por miles de motivos que no hemos
de valorar. Ellos precisan imitadores para superar los mares tempestuosos que
nos rodean en estas crisis sin sentidos justos, aunque tengan todas las
explicaciones del mundo.
Pensemos
en los pacientes, en los perseguidos, en los que contribuyen con su calma a ver
las cosas con amplias ópticas. Imaginemos con ellos que la luz se puede
expandir. Los necesitamos. Nos hemos de obligar a pugnar por un futuro que
hemos de compartir desde las analogías que nos procuran.
Los
hay que bregan en hospitales, que hacen todo lo posible por educarnos, que nos
protegen en las emergencias, que nos salvan de morir ahogados en el sentido
literal y en el figurado… Ellos son dignas estampas que hemos de configurar
cada día al cien por cien. Las copias de sus intervenciones sanan, y por eso
nos hemos de animar a imitarles.
Distinguir
Sepamos
distinguir la paja del trigo. Algunos dirán lo que debemos hacer, y por sus
hechos los podremos definir. Somos, como se suele decir, lo que realizamos de
manera repetida y constante. Los hechos demuestran la verdad. Las palabras
indican tendencias que han de fraguar en eventos para corroborar su validez.
Nos hemos de alejar, en consecuencia, de los vendedores de humo, y, por
supuesto, también de quien les compra sus veleidades.
Contemplemos
también las maravillas de la Naturaleza para multiplicarlas. Debe haber más
árboles, más aire limpio, más fauna y flora que nos regalen sus aromas y
colores. Debe generarse más oxígeno, así como soluciones para las patologías
que nos rodean. Las respuestas están ahí, y las hemos de catalogar para
asimilarlas desde la mejor de las interpretaciones.
Tengamos
en consideración, además, que cuando imitamos oportunamente, desde la tentativa
más noble y leal, nos hacemos mejores personas, más humanos, defendiendo los
universales que sostienen este planeta que llamamos Tierra. Hay mucha faena por
delante. Igualmente, meditemos que todos, hasta sin percibirlo, ponemos nuestro
granito de arena y colocamos nuestra impronta. Las óptimas acciones, aún
imitadas, tienen una huella de originalidad que les distingue en lo personal,
en lo individual. Por eso escribimos tan a menudo nombres en alusión a actos
anónimos, a miles, millones, de exposiciones de generosidad y de amor con las
que salvamos el ecosistema, que adquiere todavía significado a pesar de los
pesares. Las señeras imitaciones, los ejemplos de hermosura, triunfan.
Juan TOMÁS FRUTOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario