Todos tenemos
las nuestras. Nos referimos a las razones para actuar. Somos como somos. Nos
perfilamos como resultados de nuestras circunstancias, que nunca son iguales,
entre otras cosas por los factores que tienen que ver con el tiempo y el espacio.
Espiritualmente poseemos la misma química, los mismos elementos, así como los
componentes que nos identifican por estirpe, por género, por raza, por
pertenencias sociales, históricas, geográficas…, que apenas difieren. Luego
cada cual tiene sus intereses, sus objetivos, su subjetividad, y por eso
seguimos estelas distintas, sabedores de que nos pueden dar la felicidad, que
es lo que ansiamos en el fondo y en la forma.
Conocemos cada
día las ocasiones, o ésa ha de ser la premisa, pero hemos de saber ver lo que
podemos realizar con ellas, que nunca es uniforme, unívoco, direccional. Lo
bueno y lo malo de la existencia humana es que hay que seguir. No podemos poner
pausa y ausentarnos cuando los condicionantes no son propicios y/o adecuados.
El mundo, dice
mi amigo Juan C. G. Domene, se ha
vuelto muy complicado. Creo que demasiado, como él mismo considera, pero lo
cierto es que lo que nos caracteriza es cómo afrontamos las dificultades. Por
las obras nos desciframos. Somos cuanto somos capaces de llevar a cabo, y no
excepcionalmente, sino cada jornada.
No se trata de
vivir en la protección permanente, mas tampoco en el riesgo perenne. Debemos
perseguir puntos de equilibrio. Asimismo, la óptica ha de basarse en el
respeto, en el entendimiento, en el conocimiento de los demás, en la
independencia de actividades y de principios sobre el cimiento de no hacer
daño. Como regla básica ha de movernos
la norma de no generar pena a los otros, que son nuestras imágenes. No seamos absurdos
pensando que somos más o mejores. Nuestras circunstancias, nuestras
posibilidades, nuestras habilidades, han sido y son variadas, y, por lo tanto,
no es de recibo que califiquemos a los vecinos sin saber cómo viven y los
porqués.
Todos
albergamos motivaciones específicas. Las interiorizamos y nos esforzamos por
transformarlas para ser dichosos. El secreto esencial para ese estado, el de la
felicidad, está en seguir la luz de la ciudadanía que nos circunda, a la que
debemos todo. Su concepto pretérito y el futuro conservan las raíces de la
protección universal, con la que crecemos con toda suerte de capacidades, lo
cual es una fortuna.
Iniciativas de comprensión
Por ende,
hemos de generar inercias de comprensión totalizadora y particular. La suma nos
ha de seducir para obtener los más honrosos frutos. El beneficio lo es si es
compartido. Lo contrario es la soledad, y a continuación, antes o después, la
lucha por la nada. Aquí ya no hay razones, aunque las expresemos.
“Las cosas, al hacerlas, se dicen solas”,
nos resalta Woody Allen. Hay teorías
que incluso indican que nuestros gestos, nuestros ademanes y nuestro físico son
un reflejo del cúmulo de intervenciones y de formas de comportarnos a lo largo
de nuestra propia historia. Observemos el entorno y veremos como, por ejemplo,
las caras son el retrato de las almas que nos acompañan.
Como quiera
que esto es así, hemos de avanzar con empatía y simpatía, procurando conocer y
que nos conozcan, y rectificando, que es de sabios, al tiempo que hemos de
conservar los fundamentos más constructivos. Las razones, cuando son justas y
lógicas, no vencen, sino que convencen, y, en consecuencia, son más duraderas.
Pensemos en ello, y veremos que todo depende del cristal con el que se mira, que
no es igual para el conjunto. Intentemos comprender.
Juan TOMÁS FRUTOS.

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