Las cifras son
horrendas, se mire por donde se mire. El análisis relatado es terrible. Cada
año, subrayan anuarios e informes, mueren diez millones de niños en todo el
mundo por causas evitables: por enfermedades que tienen cura posible, por
hambre, por las guerras, por los malos tratos, por todo tipo de violencias, por
dejadez... Lo corrobora una institución que sabe mucho de cuanto refiere:
UNICEF. Y, claro, me quedo helado, perplejo, sin ánimo, como alguien que no
entiende nada. Efectivamente: no acierto a comprender lo que pasa ni por qué
sucede.
Quizá estoy de acuerdo
con Charles Péguy, quien afirmaba: "La fe que más me gusta es la
esperanza". Pero, ante lo indicado, me pregunto: "¿hay esperanza,
compañeros/as?". Este clima de pesadumbre interior y de desconsuelo
provocado por situaciones como ésta (hay más datos irrefutables de dolor, de
guerra, de hastío, de apatía, de soledad, de desgracias puras y duras...) me
abandona en un puro trastorno. ¿Qué será de nosotros? Sobre todo, ¿qué será de
nosotros por no querer evitar este genocidio, esta locura tremendista y
surrealista?
El camino no es fácil,
pero está transparente. Se divisa con nitidez. La paz y la justicia, también la
justicia, es el camino. No hay otro. Sin embargo, parece tan difícil de
emprender y de realizar cada jornada. Andamos tan "abobados" con
nuestras cosas que no nos importan las de los demás. Sin duda, debemos caer en
la cuenta de que todos formamos parte del mismo "ente".
No olvidemos que, cuando
ocurre una desgracia, una gran catástrofe, ésta nos alcanza antes o después de
manera inexorable. Es preciso descubrir, re-descubrir, fomentar la libertad, la
fraternidad, la dignidad de todos y cada uno de los habitantes de este planeta
nuestro. No hay excepciones: no debe haberlas. De lo contrario, mañana nosotros
podremos ser una más. Hay que mudar la piel y el espíritu y cambiar de
mentalidad y de acciones.
Cuesta, indudablemente,
mucho esfuerzo el mejorar hacia un talante más optimista y positivo, con lo/la
que está cayendo. Confío con Salvador Pániker en que "la familia, el calor
del hogar y todo eso vuelvan a cobrar su prestigio anterior". Con el tacto
sosegado del clan, seguramente advertiremos una interesante mudanza y hasta la
propia necesidad de que así sea. Si Menéndez Pidal habló de sus "momentos
históricos", aquí debemos subrayar la necesidad de otra era, de una
mejoría, sin río revuelto. No hace falta citar a Platón, ni a Aristóteles, ni a
Descartes, ni a Spinoza, ni a ningún pensador, sea del género que fuere, para
darnos cuenta del despropósito en el que vivimos. No hay futuro de este modo.
Malos
augurios
Dicen las estadísticas
que no habrá árboles dentro de cien años. En paralelo, si las condiciones
demográficas consisten en no tener niños en Occidente y en que mueran los del
mal llamado Tercer Mundo, haremos un cruel sacrificio que impedirá que esos
“seres alegres” se nos acerquen, como diría el Evangelio. Sin medio ambiente y
sin retoños no tiene sentido tanto trabajo y tanto desmán. Una locura, como
resaltamos.
Les gloso, igualmente,
un cuento: Dicen que una pequeña bomba de mano explotó en una fábrica de un
país cualquiera. Por efecto dominó, por “simpatía”, por lo que fuere, esta
explosión hizo que todo el almacén ardiese. Como no se actuó deprisa, toda la
factoría armamentista se fue al garete. En primera instancia, y sin mucha
reflexión, el país en cuestión interpretó que se trataba de un ataque de una
nación vecina. Actuó inmediatamente y descargó todo su potencial en una especie
de rechazo del supuesto ataque. La nación vecina pidió ayuda a sus aliados, que
también con un cierto "irraciocinio" intervinieron en el conflicto.
La pugna se fue
extendiendo a toda la zona y cada vez hubo más Estados en la lucha. Todos los
bloques militares acabaron inmiscuidos en lo que fue una nueva Guerra Mundial.
Como no era fácil ganar al opositor, o a los opositores, uno de los bandos
recurrió a sus bombas nucleares, a lo cual fue indiscutiblemente respondido.
Todo acabó, todo se
destruyó. Sólo, nos dice el cuento, sobrevivieron dos personas, que habitaban
en una lejana región de África. Se cuenta que el Gran Dios, al oír el último
estruendo, miró hacia la Tierra para ver qué pasaba. Lloró, cuenta el futurible
cronista, cuando vio a esos dos seres y exclamó: "Veo a la pareja que
coloqué en mi planeta azul, pero ¿dónde está mi Paraíso?"
Sí, ya sé que es un
cuento con inquietudes, con mucha pena. El primero de este sombrío escrito,
relativo a los menores, es un relato cierto, y se puede evitar. El segundo es
una elucubración que, como el lobo, puede venir. El final, aunque parezca
difícil, está en nuestras manos.
Juan
Tomás Frutos.
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