Se ha marchado esta semana, de la dimensión conocida, un amigo. Se trata de Juan José García Jover. Dicen que los buenos, los excelentes, se van antes. En su caso, verdaderamente es así. Era, es, una persona grata, entendida, de fácil conversación, un humanista en el sentido literal de la palabra. Enseñó a quienes anduvieron cerca de él que la felicidad empieza por uno mismo. La alegría era, es, su nota definitoria.
Gustaba de decir, todos los días, a la menor ocasión, que quería a quienes quería. Lo repetía por si luego, como ahora es el caso, no había oportunidad de demostrarlo.
Era pintor de realismos, y, sobre todo, de vanguardias. Tengo en casa una escalera que lleva a todas partes. Eso es lo que yo digo. El cuadro, simbólico como muchos de los perfilados por él, es como la vida misma: nos transporta donde queremos. No olvidemos que somos nosotros y nuestras circunstancias, en palabras de Ortega y Gasset.
Me cuenta Encarna, su mujer, que brindó con una copa de cava antes de despedirse. No es tópico ni una situación inventada: Jover era de esa hermosa guisa. Se mostró contento hasta el final por una existencia que no siempre le fue sencilla, pero supo observar el lado más agradable.
Hoy brindo, por tanto, por su viaje, y le agradezco sus enseñanzas, que siempre permanecerán con nosotros, los que le conocimos y apreciamos. ¡Ojalá que seamos capaces de ver en cada amanecer la sabiduría de la franqueza y de la fortuna de vivir! Juan José nos enseñó que siempre hay esperanza. Ésta, en los tiempos que corren, no es una virtud: es más bien un tesoro que crece constantemente de valor.
Y ahora me dirijo a ti: amigo, fuiste un referente. Aún lo eres. Te convertiste en luz, en la mejor de todas las que alumbran. Ya sabes que intentaré todas las jornadas de mi vida coger esa escalera maravillosa que nos llevará donde deseemos. ¡Gracias por tantas cosas y hasta siempre!
Juan Tomás Frutos.
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