martes, 26 de junio de 2012

PREGÓN EN LLANO DE BRUJAS


RECUERDOS DE INFANCIA
(ENTRE JUEGOS Y ALEGRÍAS)

Hola, buenas noches.

Mi infancia, parafraseando a Machado, son recuerdos de un patio de Llano de Brujas. Él vivió en Sevilla, y yo en esta zona de la Huerta de la que aprendí a ser feliz con poco. Fue un buen aprendizaje.

Es verdad, como dijo Josep Plá, que uno es de donde hace el bachillerato, pero no es menos cierto, como señaló Einstein, que todo ocurre en la infancia, todo. Nuestra cosmovisión, nuestra manera de contar las cosas y de verlas se adquiere con esas primeras habilidades, que nos hacen ser un poco “buscavidas” o dependientes en función de cómo marchen las experiencias de cada cual.

De aquí, de Llano de Brujas, eran mis abuelos, y, por ende, mi padre, Juan como yo, y mis tíos y tías, y algún primo me queda por estos lares constatando que parte de nosotros, que también una parte de nosotros, está aquí, aquí sigue.

Aquí pasé muchos veranos, incluso veranos completos, disfrutando de la juventud de mi tío Pepe y de la paciencia de mis abuelos, sobre todo de mi abuela Lola.

Eran otros tiempos, de ésos en los que las acequias andaban llenas de agua y de aromas y sabores, sin olvidar los peligros. Casi estuvimos a punto de perder a mi hermano mayor, cuando contaba unos seis años, una noche en la que cayó a la altura de la casa de mis abuelos, y, pasando el puente, varios puentes, sub-navegó por aguas desconocidas sobreviviendo al avatar, con el consiguiente susto para mis padres y para toda la familia, que andábamos en uno de nuestros recurrentes encuentros. Pasado el miedo y el espanto, durante años le dio a mi hermano, aquel episodio, una aureola de superviviente, de tocado por el destino. Entonces, las leyendas todavía no las ponía la televisión.

Tengo que reconocerlo. Yo me sentía aquí como en casa, pues la nuestra andaba a mitad de camino entre Beniaján y Los Dolores, y allí el paisaje no era distinto, y el modo de vida tampoco, aunque creo recordar que por estos lares se cultivaban más plantas de algodón y de menta, así como más maíz. Me encantaba llevarme a casa, tras el verano, un poco de algodón recogido del mismo cultivo, como una especie de trofeo ignoto que mantenía durante un tiempo como si de una gran conquista se tratase.

Eran otros tiempos. No sé si mejores o peores, pero otros. Tiempos de felicidad, de niñez, de aprendizaje, de querencia, de carencias también, pero en los que no se echaba nada esencial en falta. Todo iba más despacio.

Han pasado treinta y tantos años largos de aquello, y parece que fue ayer, salvo que el paisaje en algunos puntos ha variado; y, por desgracia, las personas a las que amé, muchas de ellas al menos, no están. Echo de menos, casi sin saberlo, a Antonio, que me quiso como a un hijo durante el tiempo que coincidimos. Era buena persona, cariñoso, generoso, con ganas de trabajar y de salir adelante. No le acompañó la fortuna, y hace años que no está entre nosotros, si bien él se marchó de la familia muy pronto. Su recuerdo sigue ahí, fresco como el amanecer.

Venir hasta aquí, a Llano de Brujas, era conocer otros universos. Me desplazaba (no olviden que vivía en Beniaján) “al otro lado”, que no era otra cosa que el otro lado del río. Y venir aquí era pasar por el puente de hierro, y divisar los negocios de señoras fáciles a las que, por cierto, no se les veía apenas. Me gustaba contemplar los enormes coches de los señores que regentaban estos lugares. Mi memoria advierte que había dos, ¡no tres!, negocios de este tipo, y que cada cual parecía tener una clientela distinta. Siempre pasábamos rápidos por allí. Aún recuerdo un día que pinchó la vieja Mobilette a la altura de uno de ellos, muy cerca de la gasolinera que separaba Puente Tocinos de Llano de Brujas, y me río por el agobio que me entró.

A propósito de motos, les cuento que las motos antiguas constituyen parte de la infancia que aquí compartí con niños y adultos, con familiares y amigos. La vespa, sin duda, fue la reina. Una vespa capaz de llevar cuatro personas de un pueblo a otro, con una carga tan humana como ilusionante. No había barreras entonces, o a mí me lo parecía.

Un día, hablando de cuatro personas en una “vespa”, la guardia civil paró a mi padre de noche cuando veníamos de casa de mi abuela. Creo que fue muy cerca del mencionado puente de hierro. A uno de los beneméritos le pareció ver a un niño de pie en la parte delantera de la “vespa”, en la que mi madre iba detrás, como se llevaba antes, cruzada de lado, esto es, con las piernas, las dos, para el lado derecho, algo que hoy en día no se entendería mucho, pues iba, más o menos, como ahora van las andaluzas cuando acompañan a caballo a su jinete en la parte de atrás. En todo caso, la anécdota de aquella noche, en la que la Guardia Civil paró a mi padre por llevar a mi hermano mayor en la parte delantera y de pie es que, cuando nos detuvimos, el agente se quedó perplejo al ver que yo iba entre mi Papá y mi Mamá. ¡Sí, íbamos cuatro! Para no aburrirles, les cuento que, finalmente, no nos multó. Eran, como pueden suponer, otros tiempos. Ya lo decía antes.

Tiempos en los que nos bañábamos en las acequias, nos metíamos en los huertos en busca de nidos, y nos gustaba tumbarnos sobre la alfalfa, así como, de vez en cuando, caminábamos hacia Monteagudo por los huertos, e intentábamos interpretar a personajes conocidos y otros no tan conocidos. También nos fundíamos con la felicidad en lo poco y en lo mucho sin mucho tener, que poco era lo que poseíamos, pero había a nuestro lado muchos sueños y muchas alegrías. Todo era más sencillo, y, por ende, más dichoso.
Y recuerdo a mis abuelos, que tanto me querían, que tanto me mimaban, que me regalaban ropa, que me compraban lo mejor de lo mejor, que se entusiasmaban conmigo, con mi hermano, con mis primos, como si el mundo naciera y terminara en nosotros, que así era para ellos.

Mi abuela (ustedes dirán que todas las abuelas, y seguramente es verdad) era un “crack”, pura excepcionalidad. Le encantaban los dulces. Todavía hoy en día, cuando me como una tarta de manzana, me acuerdo de cuando cogíamos el autobús e íbamos a Murcia a dar una vuelta, y, ya de paso, al Horno de la Fuensanta, a comernos un par de trozos de tarta de manzana regada con una coca-cola bien fresca. Mi abuela fue una adelantada a su tiempo: ¡le encantaba la coca-cola! Y a mí, entonces como ahora, me chiflaba.

Mi abuelo Pepe era también un personaje singular que había superado varias guerras, lo cual lo había convertido en un tipo duro, impenetrable, difícil de entender, aunque fácil de tratar. Trabajó hasta el final de sus días. Bueno, hasta que la salud se lo permitió. Con sus ojos cansados de luchar, con su delgadez, con sus palabras medidas, con sus silencios, era un personaje tan taciturno como menesteroso. Le vi hacer de todo. Todo lo arreglaba: sabía de carpintería, de electricidad, de mecánica, del oficio de herrero… un poco de todo, como digo. Eran tiempos de pioneros y de supervivencias en una etapa que pasó de ser pétrea a convertirse frágilmente en más moderna. Él estuvo en el tránsito, y entiendo que lo hizo bien. No hay más que ver a sus hijos para interpretar que realizó las cosas como debía.

Mis tíos me marcaron también muy mucho. Fueron, son, buenas gentes, unos ejemplos de orgullo para sus padres y para sus descendientes. De ellos aprendí el trabajo constante y serio, ese menester que no mira otra cosa que los resultados y el nivel de satisfacción de quienes nos acompañan por esta vereda llamada vida.

Claramente, amigos y amigas, vengo a Llano de Brujas, y hallo esa parte de mí que me hizo ser de una determinada manera, con el gusto por los libros, por la soledad, por los sueños, por las realidades, sin lamentaciones, tirando hacia delante y superando los complejos.

Con el paso de los años, sé que los cambios del verano, las mudanzas de estío como las he llamado, que el venir aquí de pequeño, como a Torre Pacheco, ya un poco más crecido, hizo de mí una persona con visión distinta a la de mis vecinos de Beniaján. El viajar, el moverte, el interpretar a otras personas, con otras perspectivas y matices, ayuda muchísimo.

Y aquí, en Llano de Brujas, viví el amor hacia la Huerta, como el que profesáis quienes me hacéis entrega de este galardón esta noche. Supe de limoneros, de naranjos, de frutales, de verduras, de entrega a la tierra en definitiva. Supe también, y en paralelo, del amor al agua, tan escasa y necesaria en lares tan secos como el nuestro. De pequeño me llamaba la atención que apenas lloviese y que hubiera tantos árboles, tanto verde, en la Huerta. Con los años conocí el porqué, y agradecí la labor intercultural de romanos, de musulmanes, de cristianos, de judíos, de las gentes que vinieron de todas partes siguiendo rutas milenarias a través de nuestro Mar Mediterráneo (nuestro Mare Nostrum), y que dejaron lo mejor de ellas, de sus conocimientos, compartiendo las ventajas de cada etapa, sirviendo esta tierra de cruces y mestizajes de auténtico crisol para salir adelante. El otro día me decía un amigo de Granada que aquí, en Murcia, hay mucho emprendedor, y es verdad. Tendrá que ver con nuestras raíces tan variopintas y por el hecho de haber soportado mucha necesidad. De eso saben mucho nuestros emigrantes.

Hablemos también del topónimo, del nombre de esta localidad. Me refiero al nombre de Llano de Brujas, pues este lugar también se ha llamado en el pasado reciente “El Salar”. Encontramos en Wikipedia lo siguiente:


El erudito e investigador de la literatura popular murciana, Pedro Díaz Cassou, atribuye el origen del nombre de la pedanía a un curioso episodio protagonizado por un fraile carmelita, conocido como Padre Tomatera. La leyenda cuenta que este carmelita sufrió una alucinación o un sueño en un lugar que actualmente pertenece a Llano de Brujas. En este estado, el Padre Tomatera creyó ser cogido por 'las brujas de Alcantarilla', que lo llevaron volando y lo colocaron en presencia del mismísimo diablo, ante el que pronunció un conjuro carmelita contra diablos infernales y que rezaba así: 'Vade infernalis, draco. Autoritate Dei et Beeatissimae Virginies Carmelitana'. Cuando el pobre carmelita pronunció estas palabras, lo soltaron de inmediato. El Padre Tomatera contó a las gentes del lugar la extraña experiencia que había sufrido y desde entonces, aquel territorio comenzó a llamarse Llano de Brujas. Aunque hay que decir, que esto solo es una leyenda, ya que la verdadera historia es que, debido a la gran salinidad de las tierras de la zona, durante los periodos de luna llena, se bufa la tierra como si de hormigueros se tratase, y a esa tierra se le llama bruja. Por eso y como es todo llano se denominó Llano de Brujas. La para-normalidad de este hecho es muy normal, porque la Luna tiene efectos en el agua y también en estas tierras salinizadas. No hay que dejar de señalar que la pedanía tuvo tres nombres antes del actual; estos eran: El Salar, Baena y La Obra”. Ésta es la explicación a los orígenes del actual término nominativo del emplazamiento donde estamos.

Y, señoras y señores, como nos hallamos en una noche festera, creo que podemos y debemos hablar de gastronomía. Debemos.

Aquí se comen, como en otros sitios cercanos, el rico zarangollo y el excelente paparajote, así como las tortas de aceite, y los panecillos de chorizo o salchicha (los panochos, como se les llama), sin que falten, entre otros, buñuelos y pasteles de carne. ¡Qué ricos! ¡Están deliciosos! Venir a un lugar tan entrañable de la Huerta, esta noche, cualquier día, es recordar lo bien que se come en fiestas, y probablemente siempre, dejando a un lado épocas inevitables de escasez. Hemos sido, han sido, imaginativos, creativos, como dicen los modernos, como si la modernidad se hubiese inventado ahora. Siempre ha habido adelantados a su tiempo, a las modas, a lo establecido.

Es éste un mes festero, el de Junio, con santos y devociones entre las que sobresalen vuestro San Pedro y la Virgen de las Lágrimas, que tanta devoción suscitan, pero hay, igualmente, celebraciones sobresalientes en la época de Navidad, en Semana Santa, en Septiembre. Estamos tan cerca de la ciudad de Murcia que hay una especie de intercambio festero con los momentos más lúdicos de la capital y con unos resultados extraordinarios. Me reconforta saber que halláis tiempo para todo, para el quehacer y para el entretenimiento.

Lo he recordado con agrado esta misma tarde-noche. Pasear por Llano de Brujas es pasear por colores, por sabores, por la Ermita Rincón de San Antón, por las cruces que marcan nexos con otras pedanías y parajes, es conocer, también, cómo era la Huerta hasta hace poco, y aún hoy en día.

Y uno rememora, asimismo, cuando perseguía pájaros, cuando buscaba culebras de escalera y salamanquesas, cuando coleccionaba avispas, cuando corría por las noches en busca de búhos o de lechuzas, cuando las merlas alegraban las tardes de la primavera-verano, cuando las leyendas nos llevaban por ríos y sus motas, cuando éramos felices e indocumentados, como decía el maestro Gabriel García Márquez, esto es, una cosa y la otra al mismo tiempo. Quizá la segunda circunstancia (el ser indocumentados) la hemos de colocar como primera para ser dichosos de verdad.

Era un mundo, aquél, sencillo, porque no había apenas nada. Un televisor, una bici, una moto, y, por supuesto, un coche, eran un motivo de conversación durante semanas o meses. Poco había, sí, pero menos se envidiaba. Quizá por eso estábamos tan tranquilos y en paz. Al menos, así recuerdo aquellos momentos. Algunos prohombres y mujeres comenzaban a despuntar entonces, y servían de referencia para cuanto había que hacer, en una etapa en la que el país estaba construyéndose.

Entonces, recuerdo, las distancias parecían mayores. Ir a Murcia, como dice mi amigo Pepe Belmonte, era como ir a “la fin del mundo”, todo un reto que yo presumía de superar, pues no fue la primera ni la última vez que enganchaba un autobús en Beniaján, que me dejaba en la Cruz Roja, y me iba a continuación hasta la vecina Plaza de Santa Eulalia para tomar ese autobús que siempre creí equivocado, pues ponía El Raal-Murcia, en vez de, pensaba yo, El Real Murcia. Más pronto que tarde supe que El Raal era la vecina pedanía que seguía a Santa Cruz.

Sí, aquí también aprendí o reforcé términos como crillas, pesoles, borneo, alcaciles, y algún otro que no recuerdo o no quiero recordar. Sí traigo a colación una pregunta de un ex director de TVE en Murcia que un día me preguntó, muy pretensioso él, si sabía lo que era una alcancía, y yo le dije:

-Manolo, antes de saber lo que era una hucha sabía lo que era una alcancía.

Ya les decía antes que todo ocurre en la infancia. Aprendemos, nos hacemos personas, desarrollamos vicios y virtudes, modificamos actitudes, adquirimos hábitos de comer bien o mal, llevamos a cabo el aspecto crucial de la voluntad, etc.

Porque es así, hablar de Llano de Brujas es muy importante, porque fue muy importante en y para mi infancia. Aquí transcurrió un período tan intenso como interesante. Siento, lamento, que algunas de las personas que contribuyeron a forjar mi carácter ya no estén.

Bueno, no están físicamente. Sus ideales, sus actitudes, sus considerandos, lo que dijeron, sus actividades permanecen en aires y rincones, en esta iglesia que tenemos al lado también, lo cual equivale a decir que no se fueron del todo. Como destacaban en aquella película que defendía la abolición de la esclavitud, cuantos estamos aquí somos la prueba evidente de que han existido nuestros antepasados. Lo veo en mi pequeño Juan, y ustedes lo verán en los suyos.

La vida, con seguridad, es un manojo de oportunidades. Uno puede decir, como el citado García Márquez, que la ha vivido cuando ha tomado partido, cuando ha tomado opciones, aunque algunas hayan sido equivocadas.

Yo confieso, os confieso esta noche, les confieso de corazón, que he vivido, y aquí, en esta bendita pedanía de Llano de Brujas comencé parte de esa existencia maravillosa de la que me siento tan feliz y orgulloso, porque he tenido la suerte y la generosidad de gentes tan estupendas como todos ustedes.

De corazón, gracias por la invitación, gracias por el recibimiento y el premio, gracias por ser como son. Buenas noches, buena suerte, y hasta siempre.

Juan TOMÁS FRUTOS.

Fuente:

-Wikipedia, Internet y medios de comunicación locales de la Región de Murcia.

1 comentario:

Rocío Pérez Crespo dijo...

Artículo:
Me encanta tu parte positiva, creo que es una de las cosas por las que no suelo perderme nada tuyo. Esa parte absolutamente humana que consigue sin esfuerzos sacar lo mejor de los demás.

El pregón:
BRAVOOOOOOOOOOOOO
Ha sido precioso leerlo y pasear de tu mano por tus recuerdos y tu infancia. Entrañable, genial.
Algún día te contaré algo sobre ese Llano de Brujas..uf, pa matarme.

Besos.