En esta
especie de locura a la que nos hemos arrastrado como sociedad tanto en el
primer mundo como en los sucesivos mundos económicos que hemos ido creando para
agrietar estructuras que implican desniveles injustos entre grupos sociales y
entre países, creo que, en la medida que podamos, que algo podremos, podemos
apuntarnos a esas buenas causas que nos permitirán cambiar el “chip” y mirar
con ilusión al futuro. Debemos.
El universo
que nos rodea está colmado de objetivos y de acciones loables. Aparecen por todas
partes. Puede que muchas se presenten tan pequeñas que sea complicado verlas,
pero es cuestión de fijarse. Seguro que, en cuanto las captemos, daremos con
fines tan grandes como el corazón que las mueve.
Hemos de
curiosear por el destino propio y ajeno para dar con la voluntad y el cariño de
multitud de gentes, de la mayoría, que se esfuerzan y se empeñan por un futuro
mejor, a pesar de lo comprometido que éste se pueda hallar.
Pienso ahora,
en la búsqueda de buenos ejemplos, en la labor que hacen en los hospitales
multitud de profesionales y de voluntarios. Pienso también en quienes dan de
comer a enfermos o en quienes se encuentran en situaciones de gran necesidad
asistidos por otros conciudadanos. Pienso en los orfanatos, en los asilos, en
los centros que asisten a personas con discapacidad, en todas las personas que
los hacen realidad cotidianamente. Pienso en quien da una moneda mirando a los
ojos de quien la recibe. Pienso en quien se para a escuchar al solitario.
Pienso en los enamorados, que todos los días nos sanan. Pienso en quienes
afrontan cada jornada eventos que saben perdidos de antemano, pero, aún así, no
retroceden. Siempre me han apasionado aquellos que van en vanguardias pese a
tener todo en contra. Esos sí que son valientes.
Todos gozamos,
o podemos gozar, de buenas causas cercanas. Hay veces que no las detectamos,
pero hemos de realizar el esfuerzo para que no se nos escapen. Podemos, sin
duda, cambiar el mundo modificando pequeñas cuestiones.
Seamos solidarios
Recordemos que
hay actitudes que tienen que ver con lo que gastamos y en qué lo hacemos para
fomentar o no mano de obra bien definida y con derechos. Hay posturas que
suponen no mirar para otro lado cuando vemos violencia verbal o física. Hay
comportamientos que nos aclaran si queremos que la sociedad avance frente a los
indecentes, que los hay. Los silencios no son rentables, ni tampoco que
juguemos a caballo ganador. A medio o largo plazo perderemos todos, si no somos
solidarios en lo bueno y en lo malo.
Tenemos causas
excelentes como ayudar al vecino de la esquina, que ha perdido su trabajo.
Hemos de devolverle su dignidad. Hemos de procurar que los niños de nuestro
entorno tengan, igualmente, tantas oportunidades como los nuestros. Asimismo,
hemos de esbozar sonrisas entre quienes nos ven, procurando aportar humor a
situaciones de cierta hostilidad, desdibujando su maldad y transformándolas en
otras consecuencias más ilusionantes. No permitamos que lo estéril nos gane la
partida.
Hay buenas
causas, indudablemente, en disponer palabras amigas, en confortar al que menos
tiene, en dedicar tiempo a nobles iniciativas que nos regalen un poco de
felicidad a cambio de contribuir con los que menos poseen. Hemos de ofrecer
tiempo y dinero, siempre bien administrados, al bien común. Hagamos los deberes
y abonemos el campo societario.
Si alguien
alberga dudas sobre el compromiso que hemos de adquirir con los nobles fines,
pensemos únicamente en esto: estamos de paso. Llegamos con las manos vacías, y
con ellas nos vamos. Me lo recordaba mi abuela Josefa, y, con el tiempo, creo
que nadie me ha dado una mejor lección. Mi mejor tributo a ella, y a mí mismo,
es recordarlo, recordarla, y hacer que esa aseveración tenga todo el dinamismo
posible. No lo olvidemos: las buenas causas nos aguardan, y, claro, sus efectos
también.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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