Las empresas
periodísticas, como reflejos de esa realidad que debemos resumir en frases
cortas, en titulares, se encaminan por unos resúmenes sumariales que no siempre
destacan lo fundamental, que, a menudo, probablemente siempre, se conoce en lo
más sencillo, en aquello que es normal, y no en lo estridente.
Lo que sucede
es que lo simple no es llamativo, supongo que porque es lo que ocurre jornada
tras jornada, porque abandonamos la mirada sobre lo milagroso, no lo advertimos
como atractivo. Solemos repetirnos que no valoramos cuanto tenemos, y es verdad.
Descubrirnos
es la gran tarea, probablemente la única, si hablamos con propiedad, pero
entiendo que no hay tiempo para ello. Quizá el término comprender no sea el más
apropiado. Las prisas nos suelen llevar por caminos de aprendizajes muy
someros, superficiales, que apenas atinan con los ejes que merecen la pena. No
es fácil ver, no lo es, porque no nos habituamos a emplear el tiempo en saber
los unos de los otros.
La vida, le
repetía hace poco a alguien muy amado, es eso que pasa mientras hacemos planes.
Da escalofríos, pues hay algo de verdad en ello: probablemente una gran verdad,
demasiado grande. Lo que nos ocurre es nuestra responsabilidad, y hemos de
procurar cambiar cuando las situaciones no marchan por las veredas deseadas. Nos
cuesta soslayar inercias. Las dudas no siempre tienen respuestas, puede que por
miedo, por pereza, por inacción, por falta de valentía, porque nos cansamos de
intentarlo y de fracasar…
Siempre he
pensado que las cuestiones esenciales no se acaban, no se agotan, sino que, más
bien, se transforman como la energía en manos de quienes vienen detrás, que
intentan hacer lo que pueden por mejorar. No obstante, es lógica la
preocupación por la marcha, por la distancia, por la soledad, por las
mutaciones, que decimos que son buenas, pero que también entrañan dolor, pena,
alejamientos, miedos a lo ignoto.
Modelo para aprender
Ahora leo la
crónica de una muerte no anunciada. Opto por pensar que ninguna lo es, aunque a
todos nos toque antes o después. La mayoría de los escritos prefieren destacar
lo que tuvo: yo anhelo pensar en lo que fue, en lo que ha supuesto, en lo que
nos ha facilitado, en el ejemplo que ha sido. De los modelos se aprende, y por
eso los hemos de descubrir, definir y ensalzar, eso sí, intentando no gestar
leyendas. Éstas se hallan en la tentación costumbrista.
Sin hablar de
una persona en concreto, o puede que sí, imaginada ésta o no, comprometida en
todo caso, sin descender a los logros y a sus valoraciones, sí que debemos
tener tiempo para subrayar la importancia de la vida, de avanzar, de conseguir
metas que procuren un desarrollo social. Hemos de meditar también sobre el
cariz fungible de la existencia, que debemos exprimir y aprovechar todo cuanto
podamos. En un momento todo se va. El instante viene cuando viene, sin avisar,
y, aunque nos pueda brindar señales, no solemos darles crédito.
El caso es que
llega el final, y, para entonces, hemos de tener los deberes hechos, y el
sentimiento de felicidad, de equilibrio y de paz en orden. Es lo ideal. Lo
relevante en el momento de la marcha es que el balance sea el mejor posible
sobre la consideración de un progreso sólido y basado en la armonía de ser
recordados, o no, desde la convicción y con los hechos que nos caractericen
como buenas personas. Lo que deseo para esta mujer tan adinerada es que sea
rememorada de esta guisa por los suyos. Si ocurre de semejante forma, habrá
sido, en este caso sí, una persona rica, verdaderamente afortunada.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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