Nos debemos entregar a la amistad como cimiento de las relaciones humanas. Es fácil entenderse cuando nos queremos. Nos disculpamos más, esto es, vemos las mejores caras de los otros cuando hay cierta familiaridad, cuando nos mostramos con cercanías.
Por otro lado, no aparquemos nunca los problemas. Podemos con más cosas de las que pensamos. Acudamos a las mejores citas, y también a aquellas que "a priori" no nos dicen nada.
Nos debemos embarcar en esos caminos de la memoria que nos hacen vivir en primera persona lo que las situaciones reiterativas no nos dan, seguramente por acostumbradas, por esperables. Busquemos los factores que son sorpresas, los sorpresivos, los sorprendentes.
No nos quedemos en ese lado que nos acalla con un exceso de soledad. No es buena. Procuremos conocer lo que nos sucede. Hemos de abundar en lo bueno. No nos asustemos de lo malo. Los cambios siempre han de procurarnos un valor añadido, y nos han de disponer hacia el sello de la calidad y de la calidez en lo humano, en las relaciones cotidianas.
Tomemos en consideración la belleza como referente, pero no solo la externa. La interna nos puede y nos debe ayudar desde la convicción de que lo hermoso nos relaja y nos hace experimentar maravillosas sensaciones que, a su vez, nos trasladen a escenarios y situaciones de una enorme dignidad.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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