jueves, 29 de marzo de 2012

Miradas

Atravesamos las calles a velocidad de riesgo. Hay mucha prisa. Pasamos por itinerarios repetidos que nos salpican de unas rutinas que nos hacen llegar a casa sin saber muy bien cómo. Pasamos por paisajes y paisanajes sin contemplar lo que suponen, y no vemos la intrahistoria que podría explicar la historia dentro de muchos años. Es la premura, que nos hace cabalgar con celeridades que impiden ver lo que sucede, y, sobre todo, que no hacen fácil que archivemos en nuestras memorias lo que ocurre.

Las marchas sin descanso hacen que no visionemos a los que concurren y a cuantos nos acompañan en el día a día. Los miramos, al menos un tanto, pero no vemos lo que llevan dentro, lo que nos expresan con sus gestos y con sus ademanes, con sus distancias, con sus silencios… La cara, los ojos, la mirada… son fundamentales para conocer cómo es una persona, lo que siente, pues indican lo que han “forjado” los años de nosotros.

Una mirada dice mucho: habla de asentimiento, de camaradería, de verdades, de seguridades, de confianzas, de bondades, de aprendizajes, de estar en lo que se dice, de no estar, etc., y nos puede indicar, claro está, todo lo contrario, esto es, nos puede destacar, una mirada, si una persona miente, o si está insegura, si es buena o mala...

Los ojos nos dicen todo, o casi todo, de una persona. Sabemos si está triste, o si se halla alegre, si hay picaresca, si hay chispa, si se siente ilusionada o interesada respecto de lo que escucha o vive, si comunica y asiente, si no comprende… Los ojos corroboran o desmienten lo que referimos y/o hacemos. Por eso son tan fundamentales en las relaciones. Por ello, precisamente, nos gusta mirar a quien tenemos al lado, para conocer lo que piensa o no piensa en relación a lo que señalamos.

Bueno, eso de que nos gusta mirar a los ojos está bien referenciado, pero también es cierto que por sus hechos los conoceréis, y la verdad es que no nos fijamos tanto en los demás cuando vivimos con tantas y tan constantes prisas. Si no contemplamos a los vecinos, no podremos saber si son simpáticos o no, si creen en las mismas cosas que nosotros o en otras, si se dedican a unos menesteres u otros...

Realmente es preciso saber algo de los demás, de cómo son interiormente, pues, al fin y al cabo, somos, como decía el filósofo, nosotros y nuestras circunstancias, y estas circunstancias, que tanto nos condicionan, son complejas de afrontar, de analizar y de baremar si no nos divisamos sabiendo lo que transmiten o no nuestros ojos.

Tanto la kinesia como la proxémica, esto es, las ciencias y las capacidades que analizan los gestos y los usos de las distancias, son esenciales en la comunicación. Lo son tanto que condicionan o complementan parte del lenguaje verbal que manifestamos. Por eso, cuando las gentes de medio mundo andan, o andamos, un poco locas en pos de conseguir llegar antes, o de no llegar tarde, tras unas travesías excesivamente costosas y largas, no se dan cuenta, no nos damos cuenta, que esas prisas son malas consejeras, puesto que impiden que afrontemos lo crucial de la vida con sus aspectos más señeros.

Las miradas dan la complicidad con nosotros mismos y con lo que nos conviene. Algo estaremos haciendo mal para que se nos escapen algunas intenciones, puede que muchas.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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