La vida se compone de una serie de detalles, que están incluso por encima en número de aquellos que puedan resultar principales. La existencia es intrahistoria, y no sólo historia. Lo grandioso apenas ocurre, y, a veces, incluso permanece en la memoria con una cierta distorsión. Tampoco desdeñemos la perspectiva de que lo grandioso puede ser muy simple.
Por eso, conviene que nos fijemos en las cuestiones sencillas que nos ocurren, en lo nimio, en lo que parece tener poca importancia cualitativa y cuantitativa. No todo está basado en las relevancias. Lo más elemental constituye lo más complejo, y a esto último no se llegaría sin pequeñas circunstancias que pudiéramos ir atando.
Construyamos el día a día figurando en las travesías del recuerdo y de la experiencia, aprovechando los equívocos para no repetirlos, y fortaleciendo aquellas pequeñas conquistas que justifican y explican muchas estancias. Apretemos el acelerador cuando sea preciso, y, en cada jornada, vayamos despacio para ir saboreando el acontecer y para guardarlo y guarecerlo en la mente.
Defendamos lo que nos divierte, lo que nos equilibra, lo que nos procura paz, sobre todo interior, lo que nos reporta sensaciones agradables. Hemos de llenar el corazón de amor, de bondad, de buenas intenciones, con el fin de dar con la solución a los posibles conflictos interiores. Propaguemos los mejores objetivos, y no fallemos en el uso de nuestra voluntad, que nos hace libres y humanos.
La maestría se adquiere con un poco de valor, de atrevimiento, aprovechando los espacios y los tiempos que nos regala el porvenir. Hemos de sacar beneficio de las oportunidades serias que nos llegan, que siempre son pocas. No debemos echarnos en cara la falta de coraje. Tampoco seamos desafiantes con la existencia. Moderemos los actos y busquemos la empatía y la simpatía como norma de convivencia. Lo que soñamos es posible.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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