Sea como fuere, si algo nos hace alegres es el amor,
concebido éste en una extensión singular, infinita, polivalente, cargada de fe
y de esperanza en el presente y en el futuro. El cariño real se ha de concebir
en todos los sentidos: a los progenitores, a los ancestros, a los de la
familia, a los de fuera de ella, a los vecinos, a los conocidos, a los hijos, a
la pareja, a lo que nos gusta, a lo que nos hace aprender a base de equívocos,
a lo que conocemos y a lo que no, a lo que comprendemos y a lo más ignoto, a
todo lo que existe y a lo que está por concebirse… Desde esta expansiva
apreciación, el amor lo es todo: es la dicha misma.
Por eso, porque creo que es así, uno ha de vivir
permanente enamorado. ¿De qué? De lo más sencillo de nuestro entorno, de lo que
tenemos, del hecho de estar saludables y en compañía de alguien... Siempre hay algo a lo que agarrarnos, de lo
que sentirnos orgullosos, y, si no pletóricos, sí gozosos por el milagro
cotidiano de estar, sobre todo si nos hallamos estupendos.
También hemos de procurar enamorar todos los días a
quienes andan cerca. Con el ejemplo de cada jornada podemos conseguir gustar,
deleitar, entretener, hacer que otros se complazcan por el hecho de conocernos
y de tratarnos. Al mismo tiempo hemos de intentar buscar en el factor sorpresa
la ocasión de enamorarnos. Podemos hacerlo constantemente, y no únicamente de
personas nuevas que en diferentes territorios podamos conocer, sino igualmente
de elementos, de circunstancias, de hechos, de posibilidades que afrontemos.
Hemos de alegrarnos con lo que albergamos y/o con lo que nos subraya el
destino.
Lo bueno que tiene el amor es que no es finito. Al
contrario: consigue que seamos más libres, más humanos, más personas, cuando lo
multiplicamos, cuando lo abonamos, en cuyo caso nos devuelve con creces lo que
le hemos brindado. El cariño es, en todo momento, sinónimo de bienestar, de
sensaciones cuantitativa y cualitativamente generosas y bondadosas que nos
envuelven en paños de temperaturas agradables.
Le hemos de saber sacar provecho.
Cíclica
evolución
Por lo tanto, concebimos, debemos, el anhelo vital
en una permanente y cíclica evolución, en la que hemos de enamorar y
enamorarnos, y, como consecuencia de ello, sentirnos enamorados, y así
sucesivamente. Sin duda, en esos círculos concéntricos podemos intercalar e
introducir a más y más personas, que nos irán retornando lo poco o lo mucho
dado, si nos mueve una buena intención.
La presencia humana pide coherencia, esfuerzo,
sencillez, humildad, virtud, compañerismo, voluntad, gracia, trabajo, descanso,
comunicación, silencio, intentar lo que merece la pena, y luego ganar y perder…
La existencia nos solicita que la agotemos para volver a empezar cada día con
la ilusión y la sorpresa que nos otorgan ansias por seguir, a pesar de que no
siempre logremos los objetivos, que los hemos de sostener contra viento y
marea. Para que ello sea de esta guisa debemos afrontar nuestros retos con ingentes
dosis de amor. Con él todo podremos. Sin él no haremos nada de valor. Nada.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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