Las tempestades están golpeando con
fuerza los destinos de ese gran universal que llamamos vida humana. Las crisis
económica, cultural, social, de estructuras, las derivadas de la globalización,
de los excesos y defectos de la mega-comunicación, las que surgen de la
desesperación, con causa o sin ella, etc., están destruyendo el mundo conocido
hasta ahora. Por lo menos, lo están transformando, pero lo hacen a un ritmo tal
que no sabemos si es el mismo que conocíamos hace unos pocos años. Seguramente
no.
La fuerza de esos vientos que nos
provocan pérdidas económicas, los golpes de unos destinos que no siempre son
justos, la falta de perspectivas futuras… nos están ubicando en el frontispicio
de una angustia vital de la que necesitamos salir para pensar con un poco de
claridad. Además, la salida ha de ser colectiva, para que no haya efectos
miméticos y repetidos en otros lugares, para que el proceso se pare definitivamente.
No es sencillo definir, en la actual
universalidad, donde está la solución a esos cientos de problemas que nos
sacuden en forma de guerras, de injusticias, de desigualdades, de enfermedades
evitables, de hambre, de insolidaridades, de robos, de carencias básicas, de
situaciones ignominiosas… La voluntad para salir de todo ello sería un primer
elemento, el básico, cuyo enunciado nos llevaría, imaginamos que por unanimidad,
a una posible solución, entendiendo que todos tenemos muy diáfano qué hacer
ante lo que está sucediendo.
Ocurre, sin embargo, que nadie
detiene las guerras, las hambres y las sucias injusticias que asolan un mundo
con demasiado aparato eléctrico en las reiteradas tempestades que acaban por
ocultar lo grande y lo pequeño, lo que es importante y lo que no lo es. Los
números funcionan así. El peligro es que los resultados sólo se interpreten en
forma de estadísticas, siempre frías y, por supuesto, inexactas.
Las naves de la existencia humana
saltan por doquier, se rompen ante un planeta que se deja llevar por la inercia
de los mercados supra-nacionales y de esas bolsas que no miran a los ojos de
aquellos a los que deberían alimentar. Estamos en manos de los especuladores.
Las ventas descienden, lo que se ve como
algo preocupante, y nos preocupan igualmente los déficits de los grandes
bancos, de las economías tradicionales, al tiempo que nos alegramos, pese a las
contradicciones, de los mejores números que manejan las llamadas economías
emergentes. Ahí estamos todos, o figuradamente lo estamos. Sabemos que
encontrarnos al lado de esas finanzas es garantía de mejores resultados… en lo
global.
Enormes daños
Se nos olvidan, mientras, los daños
ocasionados por el hundimiento de las economías domésticas, de las regionales,
de las nacionales y de las continentales. De todo pasa en esta guerra sin
cuartel. Miles, millones, de personas pierden sus trabajos, y, realmente, no
sabemos qué hacer. La suerte, en una
especie de visión anunciadora, predestina a ciudadanos honrados que ya no saben
qué realizar para contribuir a lo colectivo, a lo familiar, a lo individual
también. Miles, millones, pierden sus empleos, su poco o mucho bienestar, su
tranquilidad, su prestigio, su calma, esa paz que les hacia ciertamente seres
aliviados y seguramente con alguna dosis de felicidad. Ahora todo ha cambiado…
para peor.
Estas singladuras de velocidad por
ganar mucho, por ganarlo todo, han ocasionado el fin de muchas partidas, o,
cuando menos, un alto excesivo en un camino que ya no brinda muchas opciones.
Las naves existenciales se han estrechado por falta de planos a suficientes
escalas que nos llevaran a buenos puertos.
Los resultados no han sido los esperados. La impresión es que estamos en
un “sálvese quien pueda”, pero eso sólo proporciona más catástrofes. No es
bueno actuar en solitario en etapas de crisis.
El mundo se ha vuelto diferente, muy
diferente, y ya no sabemos cómo ni dónde agarrarnos. Hay demasiados náufragos y
pocas maderas para asirse. Alguien nos ha fomentado la idea de que sobreviven
los más fuertes. No es así. Sobrevivirán aquellos que no piensen en maderas
personales, sino en agarrarnos los unos a los otros para no perder la línea de
flotación. Juntos, unidos en lo nimio y en lo relevante, podemos ajustar
cuentas a quien sea menester y cambiar la ruta de una historia que se palpa ya
demasiado mal.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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