viernes, 17 de agosto de 2012

Náufragos


 Las tempestades están golpeando con fuerza los destinos de ese gran universal que llamamos vida humana. Las crisis económica, cultural, social, de estructuras, las derivadas de la globalización, de los excesos y defectos de la mega-comunicación, las que surgen de la desesperación, con causa o sin ella, etc., están destruyendo el mundo conocido hasta ahora. Por lo menos, lo están transformando, pero lo hacen a un ritmo tal que no sabemos si es el mismo que conocíamos hace unos pocos años. Seguramente no.

            La fuerza de esos vientos que nos provocan pérdidas económicas, los golpes de unos destinos que no siempre son justos, la falta de perspectivas futuras… nos están ubicando en el frontispicio de una angustia vital de la que necesitamos salir para pensar con un poco de claridad. Además, la salida ha de ser colectiva, para que no haya efectos miméticos y repetidos en otros lugares, para que el proceso se pare definitivamente.

            No es sencillo definir, en la actual universalidad, donde está la solución a esos cientos de problemas que nos sacuden en forma de guerras, de injusticias, de desigualdades, de enfermedades evitables, de hambre, de insolidaridades, de robos, de carencias básicas, de situaciones ignominiosas… La voluntad para salir de todo ello sería un primer elemento, el básico, cuyo enunciado nos llevaría, imaginamos que por unanimidad, a una posible solución, entendiendo que todos tenemos muy diáfano qué hacer ante lo que está sucediendo.

            Ocurre, sin embargo, que nadie detiene las guerras, las hambres y las sucias injusticias que asolan un mundo con demasiado aparato eléctrico en las reiteradas tempestades que acaban por ocultar lo grande y lo pequeño, lo que es importante y lo que no lo es. Los números funcionan así. El peligro es que los resultados sólo se interpreten en forma de estadísticas, siempre frías y, por supuesto, inexactas.

            Las naves de la existencia humana saltan por doquier, se rompen ante un planeta que se deja llevar por la inercia de los mercados supra-nacionales y de esas bolsas que no miran a los ojos de aquellos a los que deberían alimentar. Estamos en manos de los especuladores.

            Las ventas descienden, lo que se ve como algo preocupante, y nos preocupan igualmente los déficits de los grandes bancos, de las economías tradicionales, al tiempo que nos alegramos, pese a las contradicciones, de los mejores números que manejan las llamadas economías emergentes. Ahí estamos todos, o figuradamente lo estamos. Sabemos que encontrarnos al lado de esas finanzas es garantía de mejores resultados… en lo global.

Enormes daños

            Se nos olvidan, mientras, los daños ocasionados por el hundimiento de las economías domésticas, de las regionales, de las nacionales y de las continentales. De todo pasa en esta guerra sin cuartel. Miles, millones, de personas pierden sus trabajos, y, realmente, no sabemos qué hacer.  La suerte, en una especie de visión anunciadora, predestina a ciudadanos honrados que ya no saben qué realizar para contribuir a lo colectivo, a lo familiar, a lo individual también. Miles, millones, pierden sus empleos, su poco o mucho bienestar, su tranquilidad, su prestigio, su calma, esa paz que les hacia ciertamente seres aliviados y seguramente con alguna dosis de felicidad. Ahora todo ha cambiado… para peor.

            Estas singladuras de velocidad por ganar mucho, por ganarlo todo, han ocasionado el fin de muchas partidas, o, cuando menos, un alto excesivo en un camino que ya no brinda muchas opciones. Las naves existenciales se han estrechado por falta de planos a suficientes escalas que nos llevaran a buenos puertos.  Los resultados no han sido los esperados. La impresión es que estamos en un “sálvese quien pueda”, pero eso sólo proporciona más catástrofes. No es bueno actuar en solitario en etapas de crisis.

            El mundo se ha vuelto diferente, muy diferente, y ya no sabemos cómo ni dónde agarrarnos. Hay demasiados náufragos y pocas maderas para asirse. Alguien nos ha fomentado la idea de que sobreviven los más fuertes. No es así. Sobrevivirán aquellos que no piensen en maderas personales, sino en agarrarnos los unos a los otros para no perder la línea de flotación. Juntos, unidos en lo nimio y en lo relevante, podemos ajustar cuentas a quien sea menester y cambiar la ruta de una historia que se palpa ya demasiado mal.

Juan TOMÁS FRUTOS. 

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