No desgastemos
la vida por nada. Busquemos en las canteras que nos llenan de buen humor y
salgamos adelante con pronósticos que nos hagan vivir con una inmensa valentía
cargada de sinceras caricias ante los distintos avatares de cada época, de cada
momento. El entusiasmo nos ayuda a
mejorar, a lograr pequeños o grandes
triunfos, a darnos un poco de entereza ante los desánimos de la
existencia, que, ocasionalmente, nos puedan venir.
Si algo nos
salvará en esta crisis son las ilusiones, las propias y las de los demás. Por
eso generar alegría es tan complicado, porque, si la experimentamos con
honestidad, para ser joviales hemos de contar con la mejor disposición de
nuestros conciudadanos. No podemos estar solos en esto, como en tantas
cuestiones esenciales.
Es claro que,
aunque no se vive únicamente de ilusiones, es también evidente que no se puede
existir, no plenamente, si no contamos con ellas. Creer en algo, en nosotros
mismos, en el prójimo, en la superación de las barreras de la vida, es el agua
que nos invita a vivir y que nos permite hacerlo con una cierta plenitud.
Agarremos, por
ende, las escenas del amor y convirtámoslas en esa gracia que nos da fortaleza
y ánimo para compensar los desequilibrios que podamos sufrir, que, últimamente,
son muchos. Aplaquemos con tranquilidad y paciencia, y con altas dosis de
querencias, los avatares de un destino que, a menudo, es borroso, y por eso
inseguro y hasta hostil.
Prediquemos
con el mejor trigo que hay, el de la esperanza en un mañana, en un mañana
propio, no extraño, donde todos podamos participar del mejor juego, cooperando,
correlacionando las opciones solidarias y dando cuenta de que, en general,
podemos. Se trata siempre de entender y de ponderar lo que hacemos, además de
relativizar las importancias.
Cohesionemos,
pues, las posturas que nos pueden regalar la suficiente felicidad, con la que
hemos de incrementar las más hermosas dosis de emoción. No paremos ante las
negativas de unos y de otros. Perseverando podemos llegar muy lejos.
Vayamos, igualmente,
con calma, incrementando unas opciones que nos han de añadir a esos menesteres
que nos otorguen un crecimiento personal, que contribuirá al colectivo. Los
objetivos que nos marquemos han de aglutinar los fines más bondadosos, los más
cuajados de buenas vibraciones, de planteamientos mancomunados. Nos hemos de
brindar sinceros y queridos símbolos de creencias en la verdad y en cuanto
somos.
Disfrutemos de lo cotidiano
Guardemos, por
otro lado, empeños y elucubraciones para el futuro, para el próximo, para el
mediano, para el lejano también. No queramos hacerlo todo al tiempo.
Disfrutemos de las señales cotidianas, sin pensar demasiado en lo que viene
detrás. Brillemos en el presente. Pasa rápido, y no vuelve. Busquemos lo
importante, que no ha de coincidir en todo instante con lo material.
Lo especial se
encuentra en lo sencillo, en la mirada limpia, en no agarrarnos a lo imposible,
en saber entender las claves de las diversas etapas que vivimos. Resaltemos lo
relevante y convenzamos a nuestros egos para dispersar las cargas pesadas de
los fracasos y de los malos pensamientos, que hemos de convertir en promesas
cumplidas.
Tenemos que
serenarnos, vivir en calma, aprender y compartir información, proceder con
rectitud y virtud, entre equilibrios y algunos atrevimientos, buscando lo
serio, pero también el entretenimiento, y siempre procurando que quede
finalmente, al concluir cada día, una estela de fe en lo humano, en nuestras
posibilidades, en nuestras capacidades de rectificar y de perdonar, en nuestros
afanes por mejorar y por seguir adelante sin mirar atrás. Si lo hacemos, si
volvemos la vista, que sea para perdonar y para quedarnos con lo mejor de la
experiencia. Si actuamos bien, viviremos bien, mejor.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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