Carlos Larrañaga
también parte hacia el infinito
Llevamos
un verano, aparte de caluroso y presuroso, colmado de calamidades por la
desaparición de grandes figuras de la escena española. Ahora ha fallecido
Carlos Larrañaga, emparentado con el teatro y el cine por los cuatro costados:
hijo, padre, hermano, marido de grandes actores y actrices. Las relaciones
consanguíneas y de amistad son ingentes con ese universo interpretativo al que
adoró. Era inevitable que se dedicara al teatro. No olvidemos que, además de su
contexto, fue cuestión de genes y de su propio pundonor el que surgiera con un
talento tan especial en este territorio artístico, que es extraordinariamente complejo.
Fue un eterno galán, incluso cuando
hizo de malo, pero lo hizo con mucho decoro, con educación, sabiendo estar,
dejando la huella, a menudo indeleble, de una melancolía por tiempos pasados de
galanteos, de cortesía, de protocolo natural y estimado. Tuvo fama de ligar
mucho. Imaginamos que bien ganada, en el mejor de los sentidos, en la esfera
más brillante.
Nos recuerdan que salió en una
película cuando tan solo contaba cuatro años. Fue con el memorable Pepe Isbert.
71 años más tarde ha demostrado cómo se optimiza una vida en lo personal y en
lo profesional. Toda una saga de actores tiene su eje en él, y, sobre todo, ha
sido, es, la imagen de ese grupo familiar que ha visto en él una referencia en
lo afectivo y en ese oficio que le llevó a una fama bien ganada.
Por cierto,
destaquemos que sus familiares son excelentes actores y actrices, y lo son por
méritos propios.
El teatro fue su ámbito natural, pero también lo ha sido la televisión y el cine. La serie Farmacia de Guardia, en los últimos años, le llevó a un pedestal en el que siempre estuvo por su calidez y calidad humana y profesional.
Ha muerto en esa Málaga a la que
amaba. Ha vivido, como diría García Márquez, y así lo ha confesado en todas las
entrevistas que le han hecho. Fue una persona feliz, plena, contenta consigo
misma, con lo que era, con lo que hacía, y lo sabía transmitir en la verdad de
sus personajes, tan variopintos como estelares. Desde su “Alma de Dios”, con la
que debutó, como hemos dicho, siendo un tierno infante, hasta “Los muertos no
se tocan, nene”, ha tenido una carrera singular y como pocos. Ha trabajado hasta
el final, hasta sus 75 años bien llevados, pese a las complicaciones de los
últimos meses. Incluso estaba preparando una nueva incursión en el teatro que,
por desgracia, no ha podido ser.
Más de 70 películas y numerosos
premios y reconocimientos: ése es su palmarés, al que unimos su belleza
interior y exterior. Ahora se nos va, pero, sin duda, su mirada, sus buenos
trabajos interpretativos, su bonita voz, su talento y su talante nos quedan
como una imagen viva, dinámica, llena de chispa, como era él. Nada será igual
en los escenarios españoles sin su presencia constante, pero lo importante es
la faena y los ejemplos legados. De ellos hemos aprendido y aprenderemos mucho.
Ya se sabe que los buenos actores no mueren para siempre. De momento, Carlos
Larrañaga viaja hasta ese infinito de los actores que es, un poco, como estar
en todas partes.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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