Dicen que la fe mueve montañas. Yo
así lo creo. El problema es que no siempre vemos las montañas que se trasladan
de un lugar a otro. Es una cuestión de perspectiva. Cuando ésta varía, es
complicado poder demostrar lo que sucede, lo que anhelamos, lo que se cumple.
Me dice un compañero, y me gusta que
me lo confiese, que va a pedir, y también agradecer, la intercesión de una
advocación mariana en la que creo. Me encanta la gente que cree en lo que no
ve, entre otras cosas porque, nos parezcan reales o no, los milagros existen.
Sí, seguro. Los vemos, por ejemplo,
en las personas que actúan de voluntarios por todo el mundo, y también en
nuestra Región, para que no falte lo mínimo a los que menos tienen. Son
ciudadanos/as que contribuyen, por supuesto, en lo material, en lo físico, pero
mucho más en lo anímico, en lo espiritual. Decía Teresa de Calcuta que hay
mucha hambre (física) en el planeta Tierra, pero hay mucha más necesidad de
amor, de saciar la carencia, o carencias, en la esfera espiritual.
Es difícil tener fe, claro está, pero
hemos de tenerla cuando advertimos personas que todos los días se levantan para
ayudar y ayudarse, para trabajar, para estudiar, para avanzar, para prosperar,
para dar o escuchar una palabra amable. Esos seres humanos, sin saberlo, o
sabiéndolo, contribuyen a que el universo de circunstancias que nos
caracterizan sea un poco más hermoso.
Es un milagro vivir cada jornada, y
tener amigos, y tener con quien compartir los pequeños éxitos y hasta los
fracasos. Es un milagro atender a los otros, y que los demás nos atiendan, y
que podamos proseguir con un empeño más o menos brillante. El poder decidir por
nosotros mismos, el hacer lo que nos gusta, el tener a nuestras familias bien
de salud y en otros órdenes, el poder respirar el mismo aire, el conversar en
torno a una taza de café, el poder sonreír… son milagros que hemos de pregonar para
que doblemente se entienda que, a menudo, por ser supuestamente “normales”,
estas situaciones no se valoran.
Contar con quienes creen en nosotros
es también un milagro. No pocos crecen sin tener a alguien que los guíe, que
los alumbre, que les dé alguna intencionada lección de convivencia. Precisamos
las palabras de los maestros, y el tenerlos a lo largo de nuestra existencia es
un milagro con el que nos fortalecemos en lo espiritual, y, por lo tanto,
también en lo físico. El relacionarnos con otros y otras es una experiencia
fantástica que hemos de ver, aunque sea meramente lo cotidiano, con fortuna y
apasionamiento. No siempre valoramos el tener una palabra amiga, o una mano
amiga, el tener a alguien cerca.
Saber interpretar la vida
En este mundo de prisas no manejamos
bien los conceptos, pues rápidamente los aprendemos, y rápidamente se olvidan. Tiene
su lógica por una proporcionalidad de esfuerzos. Nos debemos preparar durante
toda la vida para interpretar los símbolos que nos rodean en forma de hechos,
de gestos, de ideas, de acciones y de omisiones. El poder hacerlo, el que
tengamos capacidad para decidir, es ya, en sí, un milagro. Hay muchas personas
que eligen, pero hay algunas que eligen entre opciones malas porque todas las
que les vinieron fueron complicadas. Es cierto que, al final, elige uno, y uno
es el responsable de sus actos, pero también es verdad que hemos de dar las gracias
cuando las decisiones que se han tomado lo son entre circunstancias
afortunadas, pues seguramente constituyen el milagro del que les hablo en el
sentido de que todo haya sido más fácil, o, cuando menos, posible.
Tener los ojos abiertos, el corazón a la escucha, y
fe en el presente y en el futuro, así como esa ventana abierta que nos pedía el
poeta Rosales, para que las opciones viajen con libertad en nuestras vidas, son
aspectos de unas existencias milagrosas que, junto o al margen de los hechos religiosos,
demuestran que tenemos esperanza en lo que no vemos, en lo que está por
suceder. Recordemos que, aunque no las divisemos, las montañas se mueven todos
los días.
Juan TOMÁS FRUTOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario