Nos hemos de tomar en consideración con una palabra bien dada, con un cariño perpetuo, con una emoción que nos haga vivir con intensidad el anhelo otorgado. Nos hemos de perpetuar con las voluntades más estimulantes, con la gratitud de cada momento.
Acudamos a esas motivaciones que nos complacen y nos otorgan los mejores y más óptimos beneficios. No fallemos en las apreciaciones que nos gustan con sus insistentes preferencias hacia el amor mayúsculo. Nos hemos de ubicar donde pueda ser, donde sea menester, con sorprendentes caricias. Nos debemos mucho.
Las maravillas del mundo están ahí. Hemos de reconocerlas, de verlas, de interpretarlas con todo el afán que podamos impulsar. Vayamos a conocer lo que nos sucede. Nos hemos de procurar una cierta sorpresa. Las consecuencias de las amistades simpáticas nos han de proporcionar intervenciones gratas desde la puerta de la sencillez.
Apostemos por la belleza sencilla, por la hermosura que surge de las acciones cotidianas que podemos considerar buenas. Nos aportan, sin duda, tranquilidad y un modelo a seguir. Hemos de dar continuidad a lo que tiene un cierto sentido.
La serenidad nos viene de esa paz interior que es fruto de la justicia. Lo interno y lo externo se han de complementar con serenidades que nos impliquen en lo más amado, que no siempre ha tener el realce del prestigio. Lo que nos hace dichosos no suele tener ecos sociales. Esculpamos pequeños elementos que nos den suficiencia y equilibrio. No esquivemos la felicidad.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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