lunes, 30 de junio de 2008

María se ha ido de viaje

María ya no me mira. Seguramente me sigue amando, pero no está pendiente de mí. Ya no me hace un bocadillo como antes, ni me invita a tortilla de patatas o a paella con una buena cerveza del antiguo “Mesón de Julia”. Ya no es como antes. Me faltan sus destrezas, sus cariños, sus simpatías, sus cuentos, sus agobios, sus confidencias, sus manías, sus plantas, sus intereses, sus desconocimientos. Se ha ido de viaje: ya no me consuela. Ha emprendido la travesía por la Laguna Estigia. No sé si verá a Caronte, pero no me contempla a mí, y eso me duele. María, te has perdido, y no hay “brújula” que nos invite a tomar un respiro y a encauzar este desvío. Te observo por unos instantes. No puedo hacerlo durante más rato. Estás desfigurada. No eres tú. Tu ironía ciega se ha trasmutado, y tus ojos “picaruelos” se han apagado. ¿Dónde estás? Ya no te encuentras a mi lado, como cuando te llamaba en sueños. No puedo disfrutar de tus formidables guisos, de tus desvelos, de tus juegos de palabras, de esos chistes que eran muestra de un buen saber popular. Me dabas paz en los tiempos de la infancia en los que todo tenía otro sentido, o, quizá, el único posible. A veces me detengo un tanto, y me diviso desde la más implacable conciencia, y no me reconozco. Has sido una madre para mí, mi tercera madre. Lo fue también mi abuela Josefa, tu hermana. Las dos aprendisteis lo dura que puede resultar la vida en muchas circunstancias. No tuvisteis suerte en vuestras respectivas existencias en solitario, pero pusisteis la mejor de las voluntades para salir a flote en común. Cumpliste 60 años el mismo día en que nací, y desde entonces hemos estado unidos de algún modo, aunque en los últimos años ha habido bastante distancia. Es un error alejarse de la gente que te quiere. Así lo confieso. En estos días de prisas, lo cual es un gran equívoco también, no te dedico el tiempo que mereces, que fluye hacia otra distancia, de otra manera, como alocado, sin conciencia, y me imploro unas ganas que me devuelvan la ilusión por las anécdotas, por los conciertos, por las cosas y por las personas que merecen la pena. Sé que llegará el día en que nos veamos de nuevo, con el mismo sesgo, con las gentes irrepetibles que se marcharon, con la mano abierta y la mente despejada. Te abrazaré entonces, y regaremos las plantas de ese jardín de la infancia en el que tú cosías y yo te miraba. Ahora te observo, y no te veo. Lloro mucho, y estoy sin gozo, sin armonía, con zozobra, asomándome a un exterior que produce vértigo. Pregunto, y alguien me contesta: “María se ha ido, no está, ha emprendido viaje”. ¡Qué solo nos quedamos los vivos!

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