Rebusco en mi interior y hallo huellas que no sé de quiénes son. Con el tiempo entiendo que son el poso de esa experiencia que me ha venido bien cuando apenas comprendía nada de lo que sucedía. Hablar con uno mismo ayuda a saber lo que nos ocurre.
Persigamos, cuando podamos, apetencias con las que construir la realidad que nos circunda, que ha de ser aplicable a lo que tiene un cierto valor, que no hemos de dejar que se desmorone. Nos hemos de preferir con esos distingos que nos asaltan sin dudas, y que nos detienen por la existencia de pensamientos de un posible fracaso. Arriesguemos un poco más.
Fortalezcamos las presencias, a menudo indelebles o inefables, y versionemos las ideas con el fin de que lleguen a todos, y que todos las entendamos. Simplifiquemos los procedimientos.
Nos hemos de poner en ese brete que nos aclara algunos movimientos que hasta ahora no hemos sido capaces de definir con propiedad. No supongamos: preguntemos, contrastemos, sepamos de primera mano lo que se piensa y lo que se dice, lo que pensamos nosotros también.
Acusemos recibo de lo grato, y olvidemos los equívocos, los fracasos, las negatividades, que acaban pesando demasiado para arrancar el programa de cada día. Comuniquemos de dentro afuera y en armonía. La cosecha poco a poco llegará.
Juan TOMÁS FRUTOS.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Tiene una pinta genial este artículo y ojalá fuesemos todos capaces de ese procedimiento, de hablar, de comunicar de dentro afuera sin tantos miedos. Y sobre todo de no suponer, de no dar por hecho. Preguntar y esperar contestación...
Hablar con unos mismo (aunque algunos digan que es de locos) creo que es un ejercicio formidable que no sólo te ayuda a entenderte, además te deja el espacio suficiente para ser capaz de ponerte en zapato ajeno.
Feliz sabado.
Publicar un comentario