viernes, 20 de junio de 2008

Acusados

Nos miran, y dicen que somos nosotros, que somos culpables, que no tenemos derechos, que no deberíamos existir. “Puede que tengan razón”, afirman otros. Estamos rodeados. Siempre hay un motivo. No importa demasiado el porqué. El caso es que estamos en minoría, y eso se paga. La diversidad asusta, y las bromas dan mucho más pavor. No entiendo lo que sucede. El ser humano se transforma y saca su aspecto más salvaje a la menor ocasión. Aquí le ha venido más que pintada. Golpean, nos hacen sangrar, nos hacen daño, de todas las maneras posibles, físicamente, mentalmente, con miradas, con propuestas, con calladas respuestas, incluso con la falta de auxilio cuando peligran nuestras vidas. Somos unos desarrapados. No merecemos esto, y solo nosotros lo sabemos. Todo se ha ido de madre. Es un “sinsentido”. Los informes nos acusan, y las circunstancias nos colocan en el umbral de la propia muerte. No hay triunfo que valga cuando se incrementa la mentira y buscamos acusados como anticipados reos. No somos gamberros, y mucho menos asesinos, y, sin embargo, nos contemplan como una cosa u otra. Nos escondemos ante el temor que causa la multitud que no piensa. No hay certidumbre, sino más bien cerrazón. Nos odian, y no saben exactamente la causa. Nos pintan como individuos sin piedad, y ellos se ponen como modelos frente al subdesarrollo. No hay cuidado. Las emergencias en las que se mueven los verdugos nos hacen culpables de todo y de nada. No contrastan, no comprueban: tienen sus premisas y tratan de adecuar sus pronósticos con las fuentes que más convengan. No hay preguntas: únicamente padecemos las respuestas que ellos desean. Nada sale bien: hoy somos nosotros, pero mañana pueden ser otros, o quizá hasta ellos podrían caer en las redes de la intolerancia. Es un proceso loco, como el de Kafka. Disimulan, pero, en realidad, son así. No importa la demora, ni los acusados, ni las torpezas, ni los delitos de lesa Humanidad… Solo piensan en su “ego”, en sus compromisos, en lo que inquieta a las mayorías a menudo legítimamente insatisfechas. Los pocos que nos quedamos en medio, o los muchos, o los que sean (no es, de hecho, una cuestión numérica), nos sentimos desprotegidos, indefensos, prestos a la caída más atroz. Somos los acusados sin que nada más sea relevante. Lo malo es que todos podemos serlo.

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