viernes, 20 de junio de 2008
¡Cuánto me das!
Es justo reconocer que hay hombres y mujeres que “venden” desprendimiento en este universo de personas que pueblan el planeta llamado Tierra y que nos enternecen y que nos hacen ser mejores cada día que estamos con ellas. Son excelentes seres humanos que entregan todo lo que son, todo lo bueno, claro, dejando a un lado las malas vibraciones que produce, igualmente, el género humano. Tienen materias primas para extenderse por todos los territorios que exploran. No hay trucos en esta especie de ciudadanos maravillosos que defienden la más generosa de las tradiciones colaborando en la elaboración del fuego común. Galopan para propugnar la coincidencia, para colocar en el momento oportuno el demandado aperitivo. Se entregan a un baile y no esperan a ser invitados para fraguar una fiesta. Son gentes de provecho, de bien, de voz y de figura. Son aquellas presencias que suman y no restan, que indican el camino levemente, sin forzar, que superan los baches y que colocan peldaños para que otros también los suban. Son rocas frente al mar de adversidades y un cobijo perfecto para los golpes que de vez en cuando recibimos. Cuando son capaces de hacer de un día gris una jornada ejemplar, redondeamos frases como las que siguen: Has llenado mi vida, aunque suene a tópico, y más que nada creo que lo has hecho porque no te he pedido nada, porque no me has ofrecido nada, porque no ha habido “mercaderías” por medio de una relación que ha surgido de manera extraña. Has colmado mis expectativas, mis esperanzas, mis deseos, mis propuestas, mis anhelos de sinceridad, mis apuestas sin solicitar un modelo de cambio o un producto alternativo. No piensas en regalos, sino más bien en entregarte enteramente, en ser entre los demás, como una más entre iguales, siendo la más perfecta de mis conocidas y conocidos. Has mostrado un lado tan auténtico que me siento reconfortado. Estoy en paz conmigo mismo, que eres la estrella de mi existencia florida. Has tumbado mis frustraciones, mis intenciones que no iban a parte alguna. Has honrado una amistad que se eleva como la temperatura en un volcán de magníficas ceremonias. Eres como un buen árbol: brindas frutos, sombras, pensamientos, ramas para un fuego, raíces para pócimas secretas, corteza para proteger, sensaciones para ser más uno mismo, simbología en este mundo de rutinas y de futilidad. Insisto en que completas mi vida con un círculo de amores y de dichas que predican con ejemplos nobles. Me envuelves con el calor y la ternura que nadie como tú sabe dar. Me empeño en tu vida, y me llevo a cuestas tus ideas, que hago mías para ser más feliz. Eres ese juego en el que siempre se gana. Me honras con tu compañía y con tus ojos negros que avivan la luz. Me derrito escondiéndome en tu costado, y siento en sueños que soy el más afortunado de los que viven en este eterno despertar. Consumes todo lo malo, y me das mucho, muchísimo.
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