El atrevimiento de escribir

Mi discurso es modesto, lleno de brumas, instalado en alrededores, situado en una “filosofía con agenda”. Me trato de conducir de modo natural, como soy, con millones de trivialidades y de lemas que se enraízan en valores diversos. Manifiesto un eclecticismo que constata las prioridades, o, al menos, peleo por mis vocaciones y por mis evidencias. No soy neutro, pues no lo quiero, y me baso en el énfasis y en la complicidad. Comento pormenores porque creo que hay que ascender de lo particular a lo genérico. Tengo siempre diez minutos para dedicarlos a una idea, a un pensamiento, a una razón, a un temor, a una postura de contento... Ante las amenazas tajantes o inminentes, no me retraigo. Tengo mi destino en la concienciación del servicio a los otros. Me preocupo mucho, quizá demasiado, y me lleno de experiencias con suministros y pruebas que marcan reconocimientos en este viaje. Me impongo una moralidad, un recuerdo permanente, un asunto social con campanas y campañas que alivian el corazón. No me apropio de nada: tomo prestados anhelos y menciones, y preciso situaciones vividas o por acontecer. Reclamo lealtad y confianza, para vosotros, para todos, para mí. Merecemos el cielo en la tierra, aunque a veces quede tan lejos. Veo estímulos, materias primas, escalones superiores, caracteres y códigos dignos, circulación de riquezas con soluciones, pancartas con síntesis y precisiones, huellas, cabezas, futuro, avanzadillas en el espacio, notas calcadas de la existencia misma... Huyo del peso de algunos indeseables y busco el aliento y el ejemplo de los más generosos, que crecen como la hierba sin cesar y por todas partes. Prefiero ser blando, sin grados, con determinación, con gratitud, con cercanía, y con una cierta seriedad. No deseo ser ni eufórico ni ofensivo. Cada día estoy tan equivocado como en lo cierto, tan en la verdad como en la mentira. Me implico en una independencia para gobernar mi libertad. En ello estamos, en ese “atrevimiento”.