viernes, 20 de junio de 2008

En el recuerdo, con mucho amor

Mi amiga Joaquina, a la que no le puedo negar nada, y para la que todo son halagos merecidos, me ha hablado del hijo de unas personas muy queridas que falleció recientemente en accidente de moto. Lo de menos es cómo ocurrió (en todo caso, fruto de la locura y de las prisas en las que estamos inmersos, que nos apartan de lo serenamente aceptable): el caso es que se nos fue, se nos marchó con precipitación, sin pausa, sin decir un “te quiero” ni tan siquiera un “hasta pronto”. La existencia es así de frágil: cuando menos lo esperamos sucede todo, sin preparativos, sin ceremonias, sin aspavientos, como si nada hubiera sido. Joaquina lo quería como a un hijo, y así me lo ha manifestado en varias ocasiones. Me pidió que escribiera algo sobre este chico de unos 17 años, y, como quiera que siempre hago míos sus sentimientos, esto fue lo que le trasladé: Fue en un instante: apenas tuvimos tiempo de saber que te ibas. La vida se incendió en un momento, y nuestros corazones ardieron también. Un choque, un encuentro, un mal encuentro y una fatiga en forma de imposible se hicieron realidad, y con ella vino la desgracia negra. Te marchaste: dijiste que volvías, que nos veríamos, y te marchaste, amigo, aún antes de que cientos, miles de personas pudieran conocerte y saborearte. Ahora estás con el Padre y con el Hijo, con muchos padres, con millones de hijos que resplandecieron como la hierba en un mundo acomplejado y loco. La viveza, la alegría, el entusiasmo, todo lo que eras, todo lo que podrías haber sido, todo, absolutamente todo, se ha ido al Cielo azul e ignoto. Apenas tuvimos tiempo de saberlo: no podíamos, no queríamos, no lo veíamos, no lo podíamos ver. Ahora queda el dolor, el desasosiego, la sensación vacua, dolorosa y doliente de lo imposible llegado a nuestras manos, igualmente limpias y vacías por la huida de una mirada, la tuya, que no está, que sí está en alguna parte, pero que no contemplamos como antes. Nada es igual: no puede serlo de ninguna manera. La soledad lo embarga todo, y ya no hay posibilidad de ganar la partida, en la que alguien ha hecho trampas. Las circunstancias se han mudado, así, sin aviso, incómodamente, como una locura que nos lleva hacia el horizonte infinito. Te hemos perdido: en este mundo en el que nada se crea ni se destruye, seguramente alguien te habrá ganado. Amigo Pedro, si has sido tú, cuídalo como sabes, cuídalo como a un pajarillo herido que quiere seguir su vuelo, y protege, por favor, con todas tus llaves el corazón de un bendito que es ejemplo y necesidad para todos. Hoy, en el recuerdo, como mañana, como al día siguiente, como en el resto de nuestros días, estaremos juntos, más juntos que nunca, y con el amor en el pecho y en la mente para multiplicarlo y compartirlo. Un instante, un condenado instante, te devoró, pero nada conseguirá arrebatarnos tu talante y tu entrega. Se te quiere, amigo y hermano.

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