miércoles, 25 de junio de 2008
Estoy roto, muy roto
Se han quemado los esquemas. La muerte ha sido la simiente en este día cruel en el que se nos exige firmeza con sudor y con lágrimas contenidas. Certifico identidades fallecidas. Me intereso por seres queridos que protagonizan escenas dramáticas. Estamos dentro de salas convertidas en “morgues”. Vivimos situaciones angustiosas. No soy ejemplar. Me derrumbo: estoy roto, más muerto que ellos, atolondrado, en mitad de una maldición que me integra en la demencia más dura. Llamo a los amigos y a las amigas de ese incendio, de esa explosión, de esa hecatombe, de una catástrofe sin respuestas humanas. La voluntad, la buena voluntad, está herida de fatalidad, que nos alcanza con familiares que buscan a padres e hijos que ya se echan de menos. La ansiedad y la desesperación se reflejan por cientos. No sabemos dónde están las víctimas. No sé lo que ha pasado. El desconcierto nos alista a y en la herida profunda. Voy de un sitio a otro tratando de contener tanto desconsuelo. Me impresiono con las cifras y con los específicos ojos muertos de una señora que era como yo, que tenía sentimientos, que padecía, que tenía sus ilusiones... Todo ha fenecido. Convergen muertos queridos, queridos muertos, que danzan cojos, amputados, en un desierto de calor y de traslados forzosos. No eran voluntarios: han llegado obligados a ese destrozo. No tengo noción de donde estoy, de lo que anhelo, de adonde debo ir. La solidaridad nos cobija un poco, pero la soledad nos complica las cosas. El azote ha sido próximo, duro, demoledor. La pobreza de espíritu nos cuenta una tragedia que nos afecta en este taller de muñecos desmenuzados con violencia. No hay reparación. No hay vuelta atrás. Mañana amaneceré solo, más solo que la una, con depósitos podridos, con memorias sin colectivo, con acercamientos al frío. Ha sido un atentado, un estallido de locura. Podría haber sido yo ese triturado. Han desaparecido a cientos. Miles de almas no se han despertado y se han ido al limbo de los desencantados con este mundo que atropella lo más lindo que hay en él. Faltan muchos, que bailan un son macabro, negro, lejano. La vivencia deja rastros de sangre y una imagen desoladora. Entramos en una espiral de madrugadora guadaña. Se abarrotan los demonios para llevarnos al abismo. Paro en un charco rojo y pienso que no estamos a salvo a no ser que nos miremos a los ojos y veamos al vecino con la humanidad que nos pertenece. Tengo mucho dolor y me siento muy solo.
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