martes, 17 de junio de 2008
La Guerra y el Dolor
Bajo banderas de humo que ocultan a los poetas presos, surgen banderas blancas, banderas que piden perdón, que claman por una segunda oportunidad. La nostalgia de la infancia feliz nos ampara durante segundos, y en esos segundos se disparan los recuerdos, esos recuerdos de un mundo que no volverá, que no volverá a ser lo que fue, lo que fue para mí. El humo lo oculta todo, incluso a las tropas que disparan, y somos más esclavos en la locura de esta sociedad llamada democrática. Hemos fallado. El verso se rebela, me empapa, y entramos en misterio, como diría José Hierro. Andamos despistados. Perdonen, nos decimos, por un aprendizaje malo y tardío. Nos imbuyen de un ardor guerrero que deja las tripas en cualquier fosa común. Me espanta lo que veo, y muero en cinco minutos, sin poder soportar la visión. Me libro como puedo. Reclamamos la Paz de una manera angustiosa y tajante, pero el Diablo sin maneras, sin figura, sin talante, prosigue sus pasos. Es sorprendentemente trágico. Invocamos al Dios de Abraham, y todos nos equivocamos. Lloraría nuestro Padre si nos viera, y probablemente nos ve, y seguramente llora. La miseria del Ser Humano ha dado hoy un nuevo acuse de recibo, una nueva vuelta de tuerca. Amo a mi prójimo, a mi próximo, a mi vecino, por encima de todas las cosas. La persona es la mayor experiencia, el mejor alucinógeno, la droga perfecta, la aventura sin límites, la sensación más increíble... Frente a ello, como contrincante envenenado, tenemos el "fundamentalismo". No poseemos conciencia y disparamos a matar, y matamos, lamentablemente. El Derecho de los Pueblos cae entre invocaciones a espíritus de todo tipo. No puede ser. Mientras unos pocos demuestran quién manda aquí, miles, quizá millones de refugiados, comienzan una vida aún más incierta. No adivinamos el horizonte ni consolidamos ninguna estructura salvadora. El "factor injusto" nos deja maniatados, y perdemos la ventaja con mucha impaciencia. Crece, entretanto, la euforia en los mercados financieros, y las calles se llenan de velas y de peticiones de un alto a la guerra. No hay coherencia, sino más bien dramatismo. Somos cómplices de un destino universal sin futuro, y ojalá el Gran Dios esté de parte de todos, de todas las partes. De lo contrario, no habrá final. Hemos perdido la tranquilidad, y ya parece que hay menos motivos para celebrar la llegada de la Primavera. Los Cristos crucificados tienen más razón para el sufrimiento, y las grandes y hermosas Vírgenes de la Angustia, de la Amargura, del Consuelo, de los Dolores padecen con más motivos, los que les estamos dando con esta Guerra.
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