miércoles, 18 de junio de 2008

Mi cónsul

Me dice mi amigo el cónsul, el cónsul del Ecuador en la Región de Murcia, que él no tiene currículum, que no gusta de eso, que él se siente tal y como es: una persona sencilla que ha tocado unos cuantos palos en la vida, y que ésta, de vez en cuando, le ha devuelto unos cuantos también. Esto no obstante, se siente feliz, dichoso, y lo demuestra en cualquier conversación que podamos mantener con su magnífica presencia. Yo, que no me reduzco ante nada, le he expresado que, si él no se confecciona y me hace llegar un perfil de su vida personal y profesional, yo mismo le haré uno, con lo poco, o lo mucho, ya se verá, que sé de su figura, de su talante, y, sobre todo, de su espíritu. Juan Bastidas de Haro, que así se llama el susodicho, es un ciudadano afable, nacido y criado él en su Lorca del alma, con tintes semana-santeros que no vienen al caso ahora, más que nada para no provocar a nadie. Tiene una gran formación, y, fundamentalmente, es una persona educada, sí, a la vieja usanza, como podemos detectar cuando vemos su escritura refinada, de la cual hace uso, entre otras situaciones, en sus actas nupciales. Tiene una gran capacidad de trabajo. Yo diría que hasta arrolla con sus proyectos, y, a estas alturas, ha estado en muchos, por lo que yo conozco, ¡y los que quedan pendientes todavía, claro! Hace unos años que, por amistad, y así me consta, le hicieron Cónsul Honorario de la República del Ecuador. Lo cierto es que ha llevado con honor el nombre de aquel país, que también es el suyo (tiene doble ciudadanía). Su entrega es grande, magnífica, titánica, y ahí está su permanente y paciente labor con cientos y cientos de compatriotas. Se dice que en la Comunidad murciana hay unos 60.0000 ecuatorianos, la mitad sin papeles. Por lo tanto, faena no le falta a nuestro amigo. En estos momentos está inmerso en un proyecto tan enorme como su corazón: la Fundación Hispano-Andina, que trata de servir de enlace entre ambos pueblos, entre un sinfín de culturas, bañadas por la misma lengua, la misma religión, y el mismo bagaje histórico. Se busca el apoyo, el encuentro, la puesta en escena en común, el conocimiento mutuo… Entre las iniciativas previstas destaca la Casa del Ecuador, que él explica con mucho entusiasmo. Juan tiene, además, una mujer y tres hijos estupendos. Es maestro Zen y un gran filósofo. Además, y no es poco, ama la vida, y la vida le ama a él. Con mi Cónsul se puede hablar de todo, y de todo un mucho. Es una persona abierta, que gusta, a menudo, de la provocación para llegar hasta el análisis de cuestiones que no siempre nos planteamos. Hace más de un año que me aboné a él, y no nos dejamos más de dos días de tregua para hablar el uno con el otro. Él dice que estamos un poco locos. Yo le digo que solo los locos andan el camino con valentía, quizá porque no ven lo que otros contemplan, o puede que porque ven un poco más. Es posible que no haya dicho mucho de su vida profesional, pero, si a una persona se le conoce por su alma, seguramente le entenderán un tanto con estas palabras, las cuales voy a concluir diciendo lo siguiente: Juan es, ante todo, un amigo, un buen amigo, un entregado a sus amigos, que le queremos un montón.

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