miércoles, 18 de junio de 2008
Mirar al otro
No es fácil entender la razón del ser humano, la naturaleza de las cosas, la plenitud de la existencia. No es nada fácil. El compromiso de cada ciudadano y de cada ciudadana es tan abierto, y a veces tan individualista, aunque parezca contradictorio, que no acertamos a llegar a entendernos como sería menester. Decimos que la vida es así, pero en realidad la vida es como la hacemos nosotros. En más ocasiones de las que sería aconsejable vemos “la paja ajena en vez de la viga propia”. Esto nos ocurre a todos, y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Sé, lo sabemos, lo decimos todos, que la envidia es el pecado nacional, cuando no mundial. Por envidia se han matado hermanos y se han destruido clanes y pueblos enteros. Quizá por envidia, aderezada de vanidad y de ambición, el mundo anda como anda, con guerras, hambre, sufrimiento y carestía. Si uno moraliza, parece que está por encima del bien y del mal, y eso no es así. No obstante, sí que conviene que tengamos en cuenta que no hay una única verdad, que todo tiene muchos matices, que, entre el negro y el blanco, hay un gris, o, quizá varias tonalidades grises. A menudo hablamos por hablar y gastamos energías irrepetibles en dañar a otros, en colocarnos por delante, en suspender la fluidez de la propia existencia, ¡que es tan hermosa! El ser humano es tan sumamente rico y alberga tantos contrastes que es una locura el que no saquemos partido de tantos tesoros como poseemos. La victoria sobre el mal se alcanzará cuando veamos en los demás a un amigo, a una persona llena de virtudes, a alguien irrepetible. Siempre es mejor obtener de los demás gozos dejando a un lado esas sombras que, cuando las elevamos, nos dañan a nosotros también. Cada día nos trae algo oportuno, algún aprendizaje. Intentemos ver en el otro un camino, una enseñanza, una ocasión de tocar la paz y la calma. Es cuestión de proponérselo de verdad.
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