Otro adiós

Hoy no te llamo. Me siento ofendido. No estoy para nada. Sé positivamente que me has engañado, y no quiero ser el mismo de siempre. No te odio: supongo que, en parte, me das pena, pero también me doy pena yo. Te tengo que olvidar, y te lo digo para que lo sepas. No mereces mi estima, y mucho menos mi consideración. Has roto la cuerda que nos unía, y eso nos pasará factura a los dos. Lamento mucho lo que ha sucedido, sobre todo si de algún modo lo he provocado o acrecentado. No quiero volver a equivocarme. Demasiado he errado en otros planos de mi existencia. Te has pasado. Me has traicionado, y eso no lo voy a consentir. Hemos perdido la confianza. Ya no hay novedad que queramos buscar: a mí personalmente me da igual. Ahora no descanso. Todo ha sido muy fuerte, y lo veo en tus ojos, que claman por un perdón que no te puedo dar, entre otras cosas porque no hay nada que perdonar. Tú has hecho lo que creías conveniente, y yo no soy nadie para valorar tu acción. No obstante, sí tengo derecho a tomar mis propias decisiones y a ignorarte de por vida, aunque parezca un largo período de tiempo. No esperaba esto de ti. Supongo que tú tampoco lo esperabas. “Así es la vida”, nos decimos con ciertas inflexiones de lamento. Estamos donde estamos, y hacemos lo que hacemos, y no se nos puede solicitar más. Las carambolas de la existencia humana nos llevan por derroteros que nos inculcan valores que luego no sirven, llegado el momento. Todo ha girado demasiado para mí. Me siento derrotado, mareado, harto de una misión que no puedo cumplir. Has optado por abandonarme, y me noto cansado por ello y de ello. En esta cima de dolor experimento un carrusel en el que mis elementos básicos dan vueltas, y no sé muy bien qué hacer, hacia dónde ir. La escuela no me ha servido de mucho en este caso. He caído cansado, roto, hecho un “fiasco”, entre rescoldos de puro fuego que me devoran el alma, que tanto te había entregado. No seré el mismo, te digo, me digo, pero te afirmo que seré, y seré sin ti. ¡Hasta siempre!