miércoles, 18 de junio de 2008
Transparente
Mi amigo Arturo gustaba de contarme muchas experiencias cuando, al menos yo, era feliz e indocumentado. Supongo que lo primero era consecuencia de lo segundo. Como quiera que ya había llegado a los cincuenta años, él decía que se había convertido en transparente para las mujeres. Yo le preguntaba qué significaba ese concepto, y él repetía que lo miraban pero no lo veían. Arturo llevaba muy mal esa coyuntura, puesto que siempre había sido muy “ligón”. Los años han pasado desde aquellos momentos de mozo en Palma de Mallorca, donde quedan tan buenos amigos, tantos recuerdos, tanta enseñanza, y tanto amor. Han transcurrido para uno también, que comienza, igualmente, a ser un poco transparente, si es que no lo ha sido siempre. En todo caso, me acuerdo de esta anécdota por esos pequeños o grandes complejos que uno arrastra cuando se siente atraído por alguien que, en todo o en parte, no le corresponde. Imagino que lo que uno tiene es, en la mayoría de los casos, merecido, por sí mismo, por las circunstancias, por las personas del entorno, por el ambiente profesional, por las buenas o malas influencias, por la historia, por el clima, o por mil razones más que acertamos o no a descifrar. La divagación de hoy está motivada por el mal de ausencias, por la desdicha que implica la búsqueda sin encuentro. Ocurre mucho y a muchos. En la carambola de la vida las cosas son de este modo. El equilibrio en nuestra percepción solo se consigue con el paso del tiempo, con el paso prolongado del tiempo. Los ciclos, aunque cortos, nos parecen tan largos que ese desierto se presenta como un agotador trauma. Es de suponer que nos metemos en historias de las que tuvimos que huir a galope en el primer instante en que pudimos: lo que pasa es que no es fácil hacerlo. Somos ruines hasta con nosotros mismos. En el amor, uno sabe si la otra persona está por la labor sólo con mirarla a los ojos. Cuando no se valoran los pequeños detalles, cuando no se elimina la visión de las faltas del otro, mal asunto. Inexplicablemente nos metemos, las más de las veces, en unos atolladeros de los que salimos trasquilados. ¡Nos cuesta trabajo aprender! Quizá por testarudos, puede que por crédulos, nos esforzamos por obtener cosas o por aproximarnos a personas que no nos corresponden, o, aunque lo hagan, no son capaces de medir con el mismo rasero que nosotros. No es malo el ser diferentes, pero sí el no ver que algunas diferencias son insalvables. El camino, en esta falta de observación, es sinuoso y tortuoso. Cuando alguien “pasa”, cuando alguien nos mira y no nos ve, cuando somos absurdamente transparentes, lo mejor es la marcha a otro lugar, como dice la canción portuguesa. Lo paradójico es que a veces, como ya he subrayado, lo mejor no es lo más fácil.
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