domingo, 22 de junio de 2008
Un fin en ti misma
Uno se mira al espejo, y ve lo que ve sin hacer más comentarios. Sin embargo, en ocasiones tenemos la fortuna de ver en nosotros el espíritu, la simiente, de otras personas que han pasado por nuestras vidas y que han dejado enormes dosis de amistad y de incondicionales apoyos. Son esas gentes, como he dicho en alguna oportunidad, que justifican muy mucho lo que somos, lo que hemos sido, lo que hemos realizado. Sobran las terminologías en estas escenas que tanto nos gratifican, y las hay en abundancia por el hecho cierto y real de que un ser humano, cuando lo es, no admite más caracterización. Hoy me acuerdo de ti, de lo que fuiste, de lo que eres, de lo que serás, y, en mitad de la nada y de todo, me acuerdo de nuestros encuentros cercanos y lejanos, y lo hago de la siguiente guisa: Nos cruzamos las miradas, y ardemos en deseos, con mucha melancolía, con escenas no fraguadas, con un fuego que se expande sin centro de gravedad. No te olvido, y lo sabes. Tienes mi consideración, mi respeto, mi convencimiento, mi compromiso no escrito. Me encantan tus ojos sesgados, tus sonrisas leves e insinuadas. Estás donde tienes que estar. Eres leal a tu seriedad: tu inteligencia combate cualquier agravio. Tu piel comparece con millones de alternativas que regalan constelaciones blancas. Repartes alegría, ponderaciones, y respondes a cualquier tipo de preguntas, que se elevan solo para oír tu voz. Reconstruyes mis intereses y me fecundas con una estabilidad que cumple con deberes no escritos. Dignificas lo que tocas, y a mí me haces temblar. Eres un homenaje en movimiento: expreso mi deseo de regresar a tu regazo. Conoces mis sentimientos silentes. Te busco con millones de excusas. Asumo que quiero verte con responsabilidad, con versiones convencidas que se arriman a tus matices positivos. Me afectas a la cabeza y al corazón: me exijo un control y una definición que se acercan a tu vera. Te venero con entrega: te pago con mi vida, con mi empeño, con el entendimiento que soy capaz de darte. Haré lo imposible para que todo te corresponda. Te califico con epítetos afectados y con ansias de libertad que te aman sin decírtelo. Eres una finalidad en ti misma, y soy feliz cuando te veo en períodos tan lejanos. Te sigo la pista, y la seguiré durante siglos, desde mi dimensión actual y con mis espíritus venideros. Eres el acento, la gracia, que nunca querré abandonar.
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