martes, 17 de junio de 2008
Un suicidio
No deja de ser paradójico que hablemos de desarrollo y no sepamos dónde colocar cada año los 33.000 millones de toneladas de basura que lanzamos a la Tierra y/o a la atmósfera. Hablamos de civilización, y cada año se triplica el número de especies animales o florales que desaparecen para siempre, tras miles de años de historia. Rompemos el ritmo, el equilibrio y la armonía de la Naturaleza, porque somos inclementes con ella. Pensamos que podemos controlar lo que sucede, y no es así. Nosotros formamos parte de ese medio ambiente, y en él repercuten esos abusos, los nuestros. Somos vendedores de humo, consumidores en loca carrera hacia la destrucción y en manos de desalmados industriales que usan y abusan sin pudor alguno. Los dichosos poderes de las sociedades, unas y otras, asumen su impotencia y su ineficacia, y no son capaces de imponer el interés general, debido a su carácter cicatero, pusilánime y materialista. Desespera ver lo que acontece. Somos seres inteligentes y no se nos escapa la existencia de privación, de hambre, de marginación y de miseria. La carestía y la guerra campean por doquier y atenazan a cuatro quintas partes del mundo conocido. Es cierto que estamos en el lado bueno, en el del bienestar, en el del bien y buen vivir, en el del despilfarro de todo género, con una desproporción del gasto superior a lo que puede asimilar la Madre Natura. Millones de seres humanos sobreviven con lo mínimo, con lo puesto, con menos, o no sobreviven... No hay más que ver la inseguridad y la desesperación de la mayoría de los países del orbe. Las oligarquías económicas, sociales y políticas, o todas ellas a la vez, roban y esclavizan al resto de los conciudadanos. De vez en cuando ocurren inclemencias, terremotos, ciclones, huracanes, volcanes... Ante el dolor de las imágenes que recorren medio mundo, cabe que nos preguntemos por qué siempre sufren los más pobres, y, fundamentalmente, por qué padecen más que los ricos. El subdesarrollo es la consecuencia de un modelo económico y social que produce hambre, dolor y exclusión. Llamemos, por favor, a las cosas por su nombre. Nos estamos ahogando. Esta situación es insostenible. No es posible pensar en el futuro, si no estamos todos juntos. Es preciso arbitrar fórmulas para afrontar la calamidad de la injusticia. No olvidemos que no hay paz sin llegar a lo justo, sin que cada uno tenga lo suyo, en la proporción que sea, pero lo suyo, lo mínimo, lo esencial. Es suicida la actitud que mantenemos o que toleramos. La confianza en el ser humano ha de ser una premisa, un pilar básico. Asimismo, la fe ha de ir acompañada de gestos, de actuaciones, de determinaciones para seguir adelante con voluntad de cambio, y con el cambio también. Lo interesante, lo urgente y lo conveniente es sumar y no restar, es vivir y dejar vivir, es cohabitar con arrojo y devoción y con el deseo de superar los desastres y las catástrofes. La fuerza de los humanos viene de su inteligencia para vivir en comunidad. Si perdemos ese instinto, no seremos nada, no quedaremos; y todos los esfuerzos históricos habrán sido inútiles. Vamos camino del puro suicidio, pero siempre hay una posibilidad de salvarnos.
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