Una reflexión sobre la vida

La vida es un paquete de folios en blanco que podemos llenar con sana voluntad. Es verdad que hay un destino que no podemos evitar, pero no es menos cierto que podemos afrontar y trastocar ese porvenir que no siempre nos regala ventajas. El ser humano es libre, como decía Descartes, y en esa libertad debemos basar una fortificación de ideas con la flexibilidad por delante. Es lógico que nos quejemos. Somos débiles, a veces de carácter, y, si no lo somos, nos gusta en todo caso gritar o murmurar un poco. Es casi como un “desfogue”. No pasa nada, salvo que hagamos de esa conducta algo patológico. La existencia está preñada de ocasiones divinas que nos imprimen soltura y gracia. Es lo fabuloso de la persona, que puede con todo, que a todo se sobrepone, que aprende de todo, y que experimenta la magia de la incertidumbre y de la resolución de los problemas, que no siempre son tales. La vida la escribimos nosotros, como digo, como sabemos certeramente. Las costumbres nos llevan a menudo a repetir los actos. Convertimos muchas ceremonias que podrían entusiasmar en un modelo protocolario que nos hastía y nos “endemonia”. La rutina, los reflejos reiterados, nos suspenden. No hacemos un tipo de preguntas que nos realicen, y, básicamente, no las respondemos. Las penurias pueden llegarnos de manera inevitable, pero lo malo es cuando las consentimos, cuando podríamos empujarlas a una cueva oscura en vez de airearlas sin divertimento. Podemos jugar a ganadores, puesto que ganadores somos. Estamos en los primeros puestos de la Creación sin hacer paragones poco decorosos. Eso nos debe llevar a la convicción unánime de que podemos ser un poco más joviales y dadivosos con los demás. Repartir alegría es condición cimentada para recibir más. Todo es hermoso si lo miramos con los ojos de un niño, que dijo el poeta. Lo que interesa es que sepamos que todo tiene múltiples entradas, y que éstas dependen de nuestra “actitud”.