viernes, 20 de junio de 2008

Unas palabras

Cuando meditas un poco sobre el sentido de la vida, te das cuenta, con una breve lectura entre líneas, que no merece la pena tanta lucha, tanto revés, tanto sigilo, tanta historia, tanta batalla y tanta guerra, para llegar al mismo resultado, que no es otra cosa que vuelta a empezar. Estamos demasiado tiempo en estado de alarma, prestos al combate, y nos cegamos con conquistas y con éxitos que generan más daño que beneficio. Somos unos traviesos que “disgustan y se disgustan” para arribar al punto de partida. No hay razón en y para ello. Los efectos de este tipo de comportamientos son nocivos, y lo sabemos. Por ello, conviene que cambiemos, mas nos cuesta mucho trabajo, lamentablemente. ¡Ojalá algún día veamos con otros ojos! El deseo de concordia preside la siguiente secuencia de palabras. Son éstas: Te voy a decir lo que pienso: supongo que tienes derecho, en tu libertad, a expresar tus desavenencias, tus malos propósitos, tus fuerzas malditas hacia alguien que no te entiende bien. No mereces más tiempo del que ahora te dedico, y creo que lo hago por ti. No merece la pena tanto ahogo, tanta tragedia, tanta discordia, tanto combate inútil que no conduce a parte alguna. Rechazas por decir llanamente que no, por ausentarte de un lugar que no es el tuyo, y de lo cual nadie tiene culpa. Te entregas a la desgana, a la desazón, a la negatividad, a la astucia mal entendida, a la picardía que ofende y endurece. No te entiendo bien. Eres impaciente, duro, un frustrado que no ve lo que tiene cerca, que quizá es mucho. Te aprecio, te toco, te miro a los ojos y me creo que eres todo, pero, sin embargo, me huyes, te escondes, y no solo de mí, de todos. Te subes al palco de los soberbios, y pretendes que estemos de acuerdo. Quizá lo estamos, pero no vemos las razones de la sinrazón, que prevé muchos cambios en forma de marea. No atisbo lo que necesitas: de lo contrario, te ayudaría sinceramente. No preciso de la controversia para ser más tú, que me gustaría serlo por entenderte. No hay excusas para el rechazo, para la ofensa, para el entendimiento al revés. No aclaramos las cosas, y éstas se vuelven tan esquivas como la suerte en otros lances y en otros momentos. Cuando todo se presenta mal, la pregunta siempre es por qué. No hay respuesta, y eso es lo peor, y lo sabes, para desgracia de ambos. En una etapa en que todos se empeñan en bombardear y en destruir los mejores puentes de la historia, me digo que quiero ser como ese artesano que, desde su humilde posición, pretende volver a la faena. Podemos construir algo hermoso, y es cuestión, simplemente, de empezarlo.

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