martes, 24 de junio de 2008

Víctimas

Crece la economía. La planificación de la actividad camina hacia el infinito. Los objetivos se cumplen y nos “aupan” hasta niveles impensables hace unos años. La espiral de desarrollo se dispara y nos mete en más necesidades y en más iniciativas. Las infraestructuras devoran las tierras fértiles de nuestros antepasados y no aparcamos el pulso. La clandestinidad en la que se mueven los más adinerados nos marcan una coyuntura que plasma desigualdades imparables. Importamos y exportamos como si los recursos no tuvieran fin, y eso nos conduce a una meta poco deseable de una manera más precipitada. La sintonía anuncia tiempos duros. Repasamos las conquistas, y salen únicamente las "grandes cuentas". Los cielos están despejados para los que más poseen, que están cegados con su dinero, con sus grados de poder. Los otros, las mayorías, están en el lado frío. La concentración en ambas orillas de esta desproporción deja secuelas que aminoran el futuro. Los fallecidos se amontonan. No hay esperanzas de encontrar llaves que nos regalen una suma de intereses comunes. No variamos en los argumentos. Las páginas nos abren las ventanas para listas de ganancias inmobiliarias, industriales, comerciales y en los distintos ámbitos. Estamos como abandonados ante un mundo al que le hemos quitado las riendas voluntariamente; y ahora marcha como un caballo desbocado. No hay cabida para una justicia que equilibre: al contrario, está más ciega que nunca. No hay un ademán de servicio. Unos caminan por las calles y otros viven en la mayor de las opulencias. El contraste nos muestra dos polos que van a marchas forzadas hacia puntos diagonalmente opuestos. No queremos acercarnos a las caras de los “harapientos”, de los que precisan una fe sin atropellos. Es para alucinar. Somos víctimas y lo peor es que no parece que queramos arreglar las cosas. Sabemos que todo no es el dinero, pero es evidente que no nos centramos en lo más favorable, en ese templo que es, o debería ser, la persona.

No hay comentarios: